Qué quieres, me conoces. Soy un iluso, un cursi. Y tú cantabas esas palabras con fervor. Habías estado casi callada junto a mí y precisamente te pusiste a cantar esas canciones. A quién más podrías cantarle.
Pero después de verte y escucharte cantar me puse triste. Lo notaste, sentí cómo me mirabas, y me preguntaste si estaba bien. Por qué si había imaginado que ese de la canción era yo me sentí de repente tan raro. Los dos sabemos por qué.
Y es que el terreno estaba preparado unas canciones antes: dame una noche de asilo en tu regazo, esta noche por ejemplo, dejemos al mundo fuera... prefiero una noche entera en vela a tener el alma en vilo... yo te daré lo que tengo, este amor que no me explico, pasan los años y sigue a espaldas del tiempo... prefiero lamer después mis heridas a que tu amor pierda filo. Cómo no pedir lo mismo.
Ya ves que pedir no empobrece a nadie, menos a los ilusos, y... quien quita.
Los sueños de alguien feliz al lado de su persona. La felicidad de poderle hablar de todo a quien te conoce todo, a quien te ha mostrado tanto, a quien te sigue haciendo tan feliz cuando sonríe.
Espero no tardarme tanto en arreglarme el alma.
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