"Jugamos como nunca, perdimos como siempre", se escucha decir a los más viejos y a los más amargados, aunque casi todos son los mismos. Esos que antes de comenzar el partido se la pasan diciendo que el equipo es malo, chafa, mediocre, en pocas palabras, que no saben jugar al futbol. Que si clasificaron al Mundial fue por lo sencillo que es debido al bajísimo nivel del área geográfica que nos corresponde*.
Pero si tienes curiosidad y volteas, o te topas sin buscarlo con su atenta mirada al juego mientras fuiste por más cerveza, esos mismos buitres de pésimo agüero no despegan la mirada del televisor, y podrías decir que están incluso emocionados cuando nuestro equipo se acerca a la portería rival. Algunos no pudieron contener una traviesa lágrima desbordada de alegría que de inmediato camuflaron en otra cosa, cuando Luis García le anotó a los irlandeses o Marcelino Bernal la puso pegada al palo contra Italia en aquel agridulce 94. O en aquel otro golazo entre Ramón y Cuauhtémoc cuatro años más tarde, días antes de que creyéramos que le podíamos ganar a Alemania, una tarde gris cuando tan duro se escuchó aquello de la eterna derrota: Perdimos como siempre.
Alguien de mi edad ya está un poco harto con la cantaleta del anhelado quinto partido. Tengo una discreta sonrisa por la constancia y mediocridad de quedarnos siempre en octavos: se avanza a pesar de lo complicado de algunos grupos pero no se ha podido ir más allá por una u otra razón: los "malditos penales", el exceso de confianza con su celebración anticipada o un puto golazo de Maxi Rodríguez.
Y es que el dolor por la derrota de tu equipo tiene algo de dulzura, de esa de la que paladeas cuando reteniendo las lágrimas gritas que: alzas la copa y brindas por ella en el último brindis de un intento de bohemio y una reina, antes de que los mariachis callen.
Pero con mis contemporáneos también he sido testigo de la hazaña de los Niños héroes de Perú y del oro olímpico, ambos contra Brasil; de los otros niños héroes de La momia Gómez y su "huevudo" golazo contra otro equipo alemán.
Hemos visto a nuestro equipo campeón y nadie puede decirnos que perdimos como siempre. Aunque para ellos en su amargada ignorancia no valga nada una medalla olímpica dorada: que le pregunten a Neymar cuánto le vale a él su medalla de plata.
Y aquí estamos otra vez. Sé que todo puede pasar, que al fin y al cabo es futbol.
*En el pasado Mundial, tres de los cuatro clasificados de Concacaf avanzaron a octavos de final (México, Estados Unidos y Costa Rica que se coló hasta cuartos).
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