martes, 3 de marzo de 2020

cosechando alegrías

Veo a Gil, a sus trece años y medio, y me siento feliz de ver el joven que es y el hombre en que se está convirtiendo. Lo veo y me siento feliz y afortunado. Porque sobre todo, es un niño feliz, y eso es ya motivo suficiente. Sabe que es un niño afortunado, se lo he dicho, aunque quizá él también se habría dado cuenta.

No tiene padres perfectos, pero al menos lo bastante prudentes para evitar contaminar su visión de nosotros. Tal vez un día me pregunte el porqué, ese gran porqué; no creo tener motivos para inventar historias, supongo que le contaré mi simple verdad. En una tarea suya escribió alguna vez que su papá siempre le decía la verdad, bueno, casi siempre.

Pero lo más valioso es que veo, con una gran sonrisa, que lo que he sembrado con ilusión y esperanza florece. Que la relación que ahora tengo con él permea confianza y amor, que sí puede responder, si alguien le pregunta, que su papá es su amigo, quizá hasta su mejor amigo. Que sabe que me puede traer sus alegrías y pesares.

Bueno, y eso de cantar juntos, es un placer maravilloso.



6 comentarios:

  1. Cuando vemos a nuestros hijos felices, convirtiéndose en buenas personas y con confianza con nosotros podemos sentir que algo hemos hecho bien.
    Felicitaciones por tu hijo y por el padre que eres

    Un abrazo grande

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    1. Algo al menos :) Sí, es una alegría descomunal, una de esas alegrías personales insustituibles.
      Te abrazo fuerte.

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  2. Te felicito, Gildo, entiendo tu orgullo (en el buen sentido) y tu alegría al ver los resultados de tu amor y dedicación.
    Un enorme abrazo.

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    1. Supongo que viendo la pobre relación que tengo con mi padre, puse demasiado en ello.
      Te abrazo fuerte mi amiga querida.
      Beeeesos.

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  3. No lo recuerdo Julio, pero quizá algo de Juan Gabriel, jajajaja.
    Abrazos.

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  4. ¡Hola, Gildardo! Por misterios que a veces se nos presentan, el acceso a tu blog se me fue para otro lado, pero por fin apareció y aquí estoy, leyendo esta entrada tan entrañable.
    Ni los padres somos perfectos, ni tampoco lo son nuestros hijos. Porque, simplemente, no existe o no sabeos qué es ser perfecto. Lo más importante es que seamos felices todos juntos y que sepamos convivir como amigos. Aunque la figura del padre y de la madre debe mostrar autoridad, no por ello debemos dejar de ser los mejores amigos de nuestros hijos.
    Enhorabuena por haberlo conseguido.
    Un abrazo, amigo (aunque no seas mi padre, ja,ja,ja).

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