Si conozco a mi especie y conozco a mi
género, debo decir con toda la pena que me da un asunto de este tamaño, que no
creo que algún día termine esta pesadilla de violencia contra las mujeres, que
no creo que los gritos de NI UNA MÁS tengan efecto. Me resulta muy jodido
decirlo pero así lo creo. Todavía más, cuando veo que la justicia no existe.
Sobretodo cuando los medios y la sociedad
seguimos repitiendo los mismos estereotipos de género con los mismos prejuicios
que condenan a la mujer por cualquier cosa. Si las putas se convierten y se
multiplican a la menor provocación, pero las santurronas tampoco son bien
vistas, “si no son mas que moscas muertas, luego luego se ve”.
Los instintos básicos son eso y no pueden
cambiar. No puedo dejar de mirar las magníficas nalgas de una bella mujer,
mucho menos si viene resaltada en unos entalladísimos pantalones y con tacones
altos. Es algo hermoso de ver, por qué no habría de mirarlo. Pero hasta ahí.
Mirarlo y admirarlo sin importar que me crean un pervertido.
He dicho que no creo que el acoso y la
violencia se acaben, mucho menos si hay tantas mujeres que se exhiben como
mercancías, que creen que lo único valioso y llamativo que tienen son unas
tetas grandes. Pero quiero penas ejemplares para aquellos que se atrevan a
transgredir la paz de una mujer, para los que en su estupidez se atrevan a
tocarlas sin su permiso, quiero que castren a violadores, aunque si soy sincero
preferiría que los mataran.
Quiero castigos ejemplares para cerdos de
mierda y trato digno para mujeres desafortunadas. Ellas no se lo buscan. Quiero
que los imbéciles calenturientos se la piensen bien antes de pensar siquiera en
hacerle algo a una mujer.
Pienso en Valeria Gutiérrez Ortiz (11 años) y se me
hiela la sangre. Pienso en sus padres y en el trato que recibieron después de
algo tan traumático y me da rabia. Pienso en las mujeres de mi vida y me da
miedo.
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