viernes, 23 de marzo de 2018

de cosas que se pegan

Parece que para los conservadores ignorantes o ignorantes conservadores (disculpen pero no puedo separar los adjetivos) la homosexualidad se contagia con mayor velocidad que un hongo en balneario en sábado de gloria.

No importará cuántas mujeres sexualizadas haya visto en su vida un niño: en las portadas de las revistas y el Sensacional de mercados, en la pantalla del televisor mientras le mira las piernas a las conductoras del programa de chismes que ve su madre o en las de cualquier dispositivo que le caiga en las manos, en los videos de reguetón y de otros tantos géneros o en los anuncios que quieren que vea; en las modelos que acompañan a los autos en Rápido y furioso hasta el infinito, en las edecanes de la lucha libre y en cada parejita de adolescentes calenturientos que se devoran a besos.

No importa cuántas referencias tenga de la mujer como objeto sexual y de deseo, ni cuántos ejemplos de parejas heterosexuales hayan cruzado su vista a lo largo de su vida. No. Resulta que en cuanto vea una pareja homosexual en la calle o en la tele, le van a dar ganas de volverse gay.

Curioso que no pase al revés. Que por más que el padre del niño gay le haya puesto videos eróticos y pornográficos y al alcanzar cierta edad lo haya arrastrado hasta el antro de encueradas para que le quitaran lo puto, nomás no se le quitó. Bueno, que ni con los rezos de la madre se pudo hacer algo por el pobre infeliz.

Lo que parece ser más contagioso es la estupidez.


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