"Soy el peor de tus amigos, jamás te leeré. No me importa leerte, ¿para qué? Te conozco, tus palabras escritas puedo intuirlas, sé que la escritura es la farsa que representas..."
Leí estas palabras en la crónica de Susana Iglesias que aparece algunos sábados en el periódico que compra mi padre, donde también leo la columna de Xavier Velasco y a veces a Verónica Maza, la que publicó mi carta, ¿te acuerdas?
Irremediablemente, supongo lo habrás imaginado, esas pocas líneas me hicieron pensar en ti y en la piedra en el zapato que me representó que no me leyeras, tú que fuiste la autora intelectual de la aventura de estas letras que nacieron del gran impulso que me inyectaste en esas quizá irreflexivas palabras. Esa castración que me hizo sentir el saber que no me leías, esa frustración al no poder obtener una razón para no hacerlo.
Me apropio de esas palabras, bueno, en realidad las pongo en tu boca –cuánta devoción–. Es así, me conoces tanto que mis palabras escritas puedes intuirlas. Hemos hablado tanto sin aburrición, a pesar de las inacabables sesiones de besos cuyo deseo no se me extingue, ni disminuye (es fácil decirlo ahora); han salido tantas palabras de mi boca en tu presencia, hemos dialogado sobre tantos temas, me he sincerado sobre tanto de mi vida, que así es. ¿Por qué habrías de necesitar leerme? Aunque aún veo tantos temas de los que nunca hablamos.
Aunque debo decirte, pero supongo ya lo sabes porque me has leído, que en la hoja virtual soy mucho más elocuente. Poder editar los pensamientos y cambiar las palabras por otras más coherentes o propicias, por otras más poderosas o contundentes, quitar o poner redundancias a mi antojo, limpiar mis palabras. Aunque, qué más da. El contenido es el mismo.
No te justifico. Soy este niño que necesitaba tu apoyo y no lo tuvo. Sólo que leyendo me volví a acordar de ti. Qué raro.
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