Las últimas clases de inglés que tomé (dos cursos), las tomé con la misma profesora, una persona por la que llegué a sentir bastante respeto y cariño: Lilia Buentello. Era una mujer mayor (tendría unos cincuenta y cinco años), pelangocha y confianzuda, que se ganó el cariño de quienes tomamos ese primer curso con ella y luego decidimos repetir a pesar de lo exigente que era. Esto hizo que ese segundo curso se llevara a cabo en un ambiente de camaradería y confianza.
El primer día de clases Miss Lilia nos hablaba sobre todos los pormenores del curso, los protocolos y las reglas, modos de evaluación y pautas de comportamiento. Todo era dicho en inglés. Pero llegaba un momento en que dejaba el idioma en que iba a impartirnos clases para regresar al de todos nuestros días, para que no hubiera dudas. Entonces nos hablaba sobre abusos sexuales y sobre violación.
Que si acaso alguno (hombre o mujer) era acosado o abusado por algún profesor contáramos con ella como apoyo para denunciar al culpable. Que no calláramos, que confiáramos en ella.
Cuando se dirigía específicamente a las compañeras para hablar sobre violación, su consejo era sencillo: cuando la situación sea inminente, traten de no resistirse para que la mala experiencia sea menos traumática, para que sean menos dañadas, para que no sufran tanto. Incluso hay quienes se excitan con la negativa, y no les interesa dañar a quien no pelea. Tenían mucha lógica las palabras de Lilia.
Resulta insultante, además de ridículo, que un juez diga que como la víctima no se resistió al abuso (como aconsejaba mi profesora) eso no fue una violación. Que a la desafortunada mujer sólo le quede la brutal impotencia de escuchar al imbécil que representa a la ley. Y pensar que debió morir o ser despiadadamente golpeada para que aquel imbécil pensara distinto.
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