Muchos clamamos: Ni una menos.
Lo pedimos desde dentro, desde el alma,
desde el no querer vivir la desgracia que otros han vivido de saber que a esa
mujer tan cercana a ti la han violado. Y si nos sentimos tan mal de sólo
saberlo, imagina cómo se sienten ellas que lo han vivido. Pero al menos ellas
siguen vivas, y ellas, lo sabemos bien, son fuertes. Otras, a pesar de esa
fortaleza están bajo tierra, con una lápida de recuerdo si sus familias han
tenido la “fortuna” de haber encontrado el cuerpo. Porque hay tantos padres que
lloran y buscan a una hija que no aparece, tantos hermanos que buscan a esa
hermana que en momentos de flaqueza ya creen muerta, tantos abuelos que rezan
para poder ver una vez más a esa chica que alguna vez se sentó en sus piernas y
los escuchó atentamente acariciando su cara, mientras les decía cuánto los
quería.
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