Cuando estudiaba cine, en casi todas las
fiestas y reuniones que teníamos corría libremente la mariguana. Tenía varios
amigos que parecía que siempre viajaban con yerba y otros que eran expertos en
hacer los porros para fumarla. De hecho, el equipo de unos amigos se llamaba Gallos debido a que así se le llama también a los porros. Nunca fumé con ellos. La verdad es que no llama
mi atención y el acto de fumar no me gusta. Además, quizá me da algo de temor
volverme adicto. Creo que con el alcohol tengo lo necesario para alterar mis
sentidos y no me apetece combinarlo con otro tipo de sustancia.
El caso es que alguna vez un buen amigo
señaló que quizá no fumara con ellos pero que al estar ahí en medio de todo el
humo también yo me estaba pachequeando un poco, era mariguano pasivo, como los
acompañantes de los fumadores de cigarro. Quizá sí fue así, quién sabe.
La idea me llegó al pensar en que llevo
casi tres años llenándome los ojos y el alma de la mejor poesía (no era un
lector de poesía), conviviendo con magníficos poetas y escritores, y esas cosas
de la poética, quizá también se pegan, como el humo de la mariguana o el
cigarro, y uno también se va “poniendo” al convivir en la tertulia literaria. Quién sabe.
Me llegó la analogía, y el recuerdo de
esas reuniones mariguaneras.
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