Dice Luis Ernesto Álvarez, el narrador
principal para Latinoamérica de ESPN que ningún deporte provee de toda la
emoción que brinda un juego de beisbol. Creo firmemente que tiene la boca
retacada de razón.
Es obvio que hay juegos malos y aburridos,
marcadores abultados que matan el interés y juegos carentes de casi toda
emoción, pero en el otro extremo hay partidos más emocionantes que la mejor
película del director del momento.
Iba a escribir sobre este postulado hace
unos meses, justo después de terminar la Serie mundial tras ese emocionantísimo
juego siete, pero por alguna distracción se me quedó en el cajón del para
después. Lo hago ahora en referencia a otro conmocionante partido en el que el
equipo mexicano, en un juego de casi cinco horas, eliminó al favorito Venezuela
y siguió con vida en el Mundial de beisbol. Hoy se juegan el boleto contra
Italia e irían por una sabrosa revancha.
Cinco horas de alegrías, preocupaciones y
frustración, alternadas estratégicamente para que el corazón no se nos quede tranquilo
ni en los cortes a comerciales. La alegría de ir ganando 5-0, luego 8-1 y más
tarde 11-6, en un juego que acabó 11-9 y en el que los venezolanos no
necesitaban ganar sólo hacer una carrera más para calificarse directo y
eliminar a los anfitriones.
Y sé que el beisbol no es para todos, –tiene
tantas reglas como emociones guardadas– como tampoco las cartas lo son, las que
se juegan, aunque también las que se leen. Lo disfruto porque soy de esos
individuos que se puede pasar otras cinco horas sentado jugando al dominó y las
damas chinas sin respingar (en un día distinto), claro está, que siempre que
tenga un trago o una cerveza a la mano. Qué le hacemos.
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