jueves, 16 de marzo de 2017

estupideces cotidianas



Siempre me molestó, siempre me resultó muy chocante, esa pendeja idea de que había que ser el mejor, ser el número uno. Tratar con todo tu ser y a como diera lugar de ser el mejor. Esa puta frasecita de que no importa si eres barrendero “debes” ser el mejor barrendero, y así, en cualquier cosa que quisieras hacer, merodeaba omnipresente desde niño. Tienes, por una supuesta obligación que ser el mejor en lo que haces. O resignarte a ser un mediocre fracasado. Es una idea tan extendida como la contaminación del aire o el uso del facebook entre los jóvenes, una idea que todos repetían y repetían y repetían; y repiten y repiten y repiten.

Es una idea difícil de rebatir, sobre todo si eres un niño. Qué cosa puedes decir ante el “magnífico” argumento positivo. Qué puedes señalar contra la aceptadísima verdad, cuando todos han sonreído asintiendo para avalar lo verídico de la sentencia. Qué puedes decir para no parecer un perdedor y un mediocre, y a tan corta edad. Pero es que, “cómo podríamos ser todos los mejores, si simplemente en el grupo escolar habría cincuenta que no lo conseguirían”.

Dice un tío para justificarse (como si tuviera que hacerlo) sobre el hecho de que ninguno de sus hijos estudió una carrera, que cuando se lo comunicaron les soltó la frasecita: “Bueno, pero en lo que decidas hacer sé el mejor, si decides ser barrendero sé el mejor barrendero”. Pero la verdad es que no quería que fueran barrenderos, ni siquiera si eran los mejores (no sé si los que barrerían más calles o los que dejarían las calles más limpias, o de qué forma se decide quién es el mejor barrendero); y que además, si ambos le hubieran hecho caso, uno de ellos no habría podido lograr el cometido y sería un mediocre.

Es como aquella otra estupidez de que “para atrás, ni para tomar impulso”. No mamen.

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