Siempre me molestó, siempre me resultó muy
chocante, esa pendeja idea de que había que ser el mejor, ser el número uno. Tratar
con todo tu ser y a como diera lugar de ser el mejor. Esa puta frasecita de que
no importa si eres barrendero “debes” ser el mejor barrendero, y así, en
cualquier cosa que quisieras hacer, merodeaba omnipresente desde niño. Tienes, por una
supuesta obligación que ser el mejor en lo que haces. O resignarte a ser un
mediocre fracasado. Es una idea tan extendida como la contaminación del aire o
el uso del facebook entre los jóvenes, una idea que todos repetían y repetían y
repetían; y repiten y repiten y repiten.
Es una idea difícil de rebatir, sobre todo
si eres un niño. Qué cosa puedes decir ante el “magnífico” argumento positivo. Qué
puedes señalar contra la aceptadísima verdad, cuando todos han sonreído
asintiendo para avalar lo verídico de la sentencia. Qué puedes decir para no
parecer un perdedor y un mediocre, y a tan corta edad. Pero es que, “cómo
podríamos ser todos los mejores, si simplemente en el grupo escolar habría
cincuenta que no lo conseguirían”.
Dice un tío para justificarse (como si
tuviera que hacerlo) sobre el hecho de que ninguno de sus hijos estudió una
carrera, que cuando se lo comunicaron les soltó la frasecita: “Bueno, pero en
lo que decidas hacer sé el mejor, si decides ser barrendero sé el mejor
barrendero”. Pero la verdad es que no quería que fueran barrenderos, ni
siquiera si eran los mejores (no sé si los que barrerían más calles o los que
dejarían las calles más limpias, o de qué forma se decide quién es el mejor
barrendero); y que además, si ambos le hubieran hecho caso, uno de ellos no
habría podido lograr el cometido y sería un mediocre.
Es como aquella otra estupidez de que
“para atrás, ni para tomar impulso”. No mamen.
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