Recuerdo que cuando terminé mi educación primaria y me disponía a ir a la escuela secundaria tuve un pensamiento recurrente que me dio más lata de la que me hubiera gustado: el enfrentamiento inevitable con los acosadores escolares.
Se contaban cosas, se escuchaban historias, se sabía que los chicos que tenían buenas notas no eran personas gratas dentro de un aula escolar, al menos no para los compañeros que no recibían las lisonjas de la maestra que quizá sin quererlo alimentaba el repudio para con el aplicadito de turno.
Yo era un niño enclenque y flacucho, temeroso, un niño de mamá que sacaba muy buenas notas, auspiciadas por el temor paterno y la propia satisfacción. El matadito convertido en el blanco de las frustraciones de sus compañeros. No me sentía capaz de poder defenderme frente al acoso de algún pandillerito escolar.
Pero resulta que le caigo bien a la gente, al menos a la mayoría. Y sí tenía las notas más altas de todo el salón –por encima de cualquier compañerita– pero también participaba del desmadre con los demás. Me volvía uno con todos los que aprovechaban la ausencia de la profesora para hacer cualquier cosa que pareciera divertida, ya fuera jugar al frontón al fondo del salón, utilizar el tubo de la pluma para hacer una cerbatana con papel ensalivado o participar de la risa a costillas de la chica a la que a todos nos gustaba molestar: la pobre Minerva.
Siempre he sido hábil a la hora de hacer deportes, algo que ayuda demasiado, ya que los mataditos usualmente están peleados a muerte con la actividad física. A pesar de la vergüenza que me causaba mostrar mis flacuchas piernas en el short del uniforme quedé entre los seis chicos que formamos el equipo de volibol del grupo; me defendía con el basquetbol y muchos sabían que era bueno jugando beisbol. Además, era todo un conocedor en cuestiones de lucha libre, mis libretas estaban ahí como muestra de ello.
Supongo que también le pasaba la tarea a mis compañeros flojos y nunca he sido presumido, o eso creo.
Pero no todos tienen las cualidades que yo tuve para escapar de las garras de los acosadores. Muchos, además de no poseer talentos deportivos son en extremo introvertidos, refugiados en sus libros y su soledad. Los verdugos sociales son ahora más crueles con las redes sociales, que potencian a los cazadores y laceran más a las presas.
En esos tiempos alegres en mi escuela secundaria no escuchabas que un chico de tu edad se hubiera suicidado. Ahora, jodidamente, es pan de todos los días en casi todo el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario