Creo que el padre más celoso es el que de
joven, y aun ahora que no es tan joven, es el más mujeriego; el más cabrón,
dicen algunas buenas lenguas. Otras dicen que todos los hombres somos unos
cabrones, porque a quién le dan pan que llore; aunque no entramos todos en el
mismo saco. No somos todos iguales, o diría alguna feminista resentida: hasta
la basura se separa.
Vuelvo al asunto, el padre más celoso es
el que con más chicas jugó, el que con más se divirtió y el que con más se
acostó. El que ve a cada mujer como un pedazo de carne al que hay que
aprovechar, un hombre con síndrome de Donald Trump, pero sin la plata. De modo
que no cree posible que su hija pueda ser vista de alguna otra forma.
Imagino el miedo que le debe dar –trasladado
hasta la paranoia– de que su pequeña princesa se encuentre con hombres iguales
a él, o peores, que siempre puede haber alguien más desagradable. Pensar que su
niña sea la presa anhelada y acechada por más de un espécimen de su misma
categoría. Porque alguno eventualmente lo logrará, por más berrinchitos y
pucheros que haga el preocupadísimo padre.
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