“El
tiempo ha pasado y ha pasado mi vida banalmente. He conocido a tantas mujeres y
siempre me han dicho: “acuérdate de mí”; pero siempre las he olvidado. Aún hoy,
es ella a la única que no he olvidado: Malena”
Volví a ver Malena ayer. Tenía bastantes años que no lo hacía. Aún recuerdo
cuando la fui a ver al cine con mis amigos, hace casi quince años. La disfruté
mucho (una vez más), es una de las películas que más me gusta. Paladear
nuevamente esos geniales planos y movimientos de cámara amalgamados con el
score de Ennio (el que a mí más me gusta, el que a veces escucho mientras
escribo), y lo mejor: la señora Scordia.
Malena es una de esas películas para hombres (no conozco casi a ninguna
mujer que haya dicho que le gusta o que es de su predilección), es una
radiografía del convertirse en hombre, sobre todo sexualmente hablando. Me
pregunto si habrá alguien que no recuerde su primera erección –quién la habrá
conocido de la forma majestuosa en que lo hace Renato, contemplando semejante
mujerón–. Esas sesiones interminables de rechinidos vergonzosos con sus
perfectas fantasías. Esa súbita pérdida de la inocencia.
Creo que en Malena está expuesta nuestra condición humana, expresada sin pudor
toda nuestra mezquindad, eso de lo que nos avergonzamos –que dista mucho de las
vergüenzas pajeras; no nos deberían hacer sentir vergüenza por ellas, son lo
más natural–. La envidia y el chisme, el aprovechamiento del desvalido, el
silencio ante la injusticia, entre otras más.
La volví a disfrutar. La volví a sufrir.
Me volví a enamorar.