martes, 29 de diciembre de 2020

quedará

Quedarán los cuadernos que rayé
donde conviven cosas mías
con rayas mecánicas hechas por inercia;
para quien tenga ganas y tiempo
de husmear en mí,
de juzgarme o asombrarse;
de preguntarse cosas:
sobre quién era realmente ese que rayoneó tanto.
Quizá sólo quede eso.
Rayas en un cuaderno
y un blog olvidado,
y cuadros empolvados
y algunas fotos
y los recuerdos que eventualmente morirán.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Coincidencias

Cuando yo estudiaba el segundo año de la escuela primaria, los Pieles rojas* de Washington apalearon a los Broncos de Denver en el Superbowl (qué quieren, tan lejos de dios y tan cerca de los Estados Unidos), y los adopté como mi equipo favorito de lo que acá llamamos futbol americano. Veintisiete años después, los Broncos volvieron a ser vapuleados, pero ahora a manos de los Halcones marinos de Seattle, que fueron acogidos por Gil como su equipo predilecto. Por cierto, Gil también estudiaba el segundo año de la primaria.

Sólo una pequeña coincidencia. La fantástica coincidencia es que Gil disfrute igual que yo sentarse a  mirar un juego de "americano". Que le pueda platicar toda esa información que por alguna razón se ha quedado en mi cabeza y que me pide salir para aderezar el rato. Luego, supongo, lo haremos con unas cervezas.

Gil decía desde antes, que él también apoyaba a los Pieles rojas, en un claro apoyo hacia el equipo de su papá. Lo que me halaga mucho, sobre todo recordando que yo nunca elegí un equipo por ser el predilecto de mi padre. Digo, los dos le vamos a los Diablos, pero es el equipo de Toluca, y ninguno de nosotros es un malinchista local. Además, mi padre no es apasionado como nosotros en estos banales asuntos deportivos.

Y bueno, el domingo juegan Pieles rojas y Halcones marinos en un juego bastante importante para calificar a postemporada.

 


*Creo que para mí siempre seguirán siendo Pieles rojas.

lunes, 14 de diciembre de 2020

un divague

No hay por dónde retomar
lo que nunca fue.

(Ni cómo empezar de nuevo
con la huella de lo que sí hubo
)*.

Se puede comenzar de nuevo pero sin huellas de por medio. Algo nuevo entre las mismas personas, que ya no son las mismas personas, para bien o para mal. ¿Será posible que no existan huellas de por medio? La memoria es tan voluble y el rencor tan insatisfecho.

Pero, si no se pueden borrar las huellas, ¿se podrán ignorar lo suficiente?

Porque se puede intentar armar algo nuevamente, no por necedad. Contar con el recurso piadoso de una oportunidad, porque quizá seamos mejores que antes en tantos sentidos. Porque hay tantas cosas buenas que no se pueden tirar a la basura. Intentando ser honesto con uno, siendo piadoso con uno.

Me chocan las ideas repetidas y los dogmas caducos. Si esto es hueco o no, decido creérmelo. El futuro caminará a su paso, sin pedir permiso.

 

*Esto es del blog de Alís Gómez: micajóndesastre

 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

2020

 

 

Había pensado no pintar más autorretratos –este año por lo menos– pero llegó este. Y la verdad es que resultó toda una revelación, tanto en el fondo como en la forma. Desde la facilidad que tuve para pintarlo, hasta las cosas de las que me di cuenta una vez que las vi pintadas.

Lo pinté a partir de tres fotografías que me tomé expresamente para ello. La pieza del rompecabezas y el fragmento más pequeño son parte de  la misma fotografía.

lunes, 7 de diciembre de 2020

revisiones

 La intensidad de una pasión se mide por la soledad que la precede.

Supongo que en esta frase de "Diablo guardián" de Xavier Velasco está resumido lo que me ocurrió en los primeros días de la cuarentena: una desbordada y aparentemente inexplicable pasión por quien llegó a cambiarme el mundo. Los lectores de este blog lo saben: me enamoré como un crío cuando se suponía que debía quedarme en casa. Pero es que esa soledad previa era de más de tres años. La mayor desde que tuve mi primer novia formal hace unos veinte. Y no significa que haya estado en la más absoluta soledad por más de tres años, como suponía mi querido tío Napoleón, congeturando en broma que a lo mejor ya no me gustaban las mujeres. Claro que me acosté con alguna compartida mujer, pero con ninguna que me hiciera pensar en tener una relación real con ella, a pesar de la soledad que me embargaba. Luego de haber tenido sexo es complicado que puedas vivir sin él, o eso creo. 

La frase me queda como un traje elaborado por un preciso sastre, como un anillo sobre medida. La memoria es débil y convenenciera pero no recuerdo una pasión así de intensa por alguien más. Y la soledad era grande, así que no sé cuál sea la realidad del asunto, pero no creo que importe un carajo. 

Estos versos llegaron uno de esos días en que todavía se acurrucaba en mis brazos:

 

Entre asonancias ególatras
y resquicios de tus besos
voy construyendo poemas
entre las ruinas que llevo.

Los Romances me sonsacan
me seducen en su juego,
quiero armar Alejandrinos
o aparece algún Soneto,
que en su ritmo caprichoso
me engaña con sus acentos
y me enreda en las palabras
que te dicen que te quiero.

Puede sonar tan común
pero escribo lo que siento
apilo letras dulzonas
junto a algún juego del verbo;
qué importa si soy tan cursi
es el momento de serlo
celebrar que me encontraste
festejar que nos queremos.

Y sé que es plena pandemia
y sé que tantos han muerto
que fuimos irresponsables
cuando decidimos vernos,
pero qué más iba a hacer
si me pintaste por dentro
abandonando mis libros
pensándote todo el tiempo.

No me arrepiento de nada
el amor ha sido inmenso
has hecho que me mirara 
como jamás había hecho
que me viera las carencias
que no ignorara mi ego:
que piense que puedo amarte
como nadie nunca ha hecho.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

del amor

Esto no lo he escrito yo. Es un fragmento del subrayado que hice en los dos últimos libros que leí (que había leído hasta ese momento): "En busca de Klingsor" de Jorge Volpi y "Diablo guardián" de Xavier Velasco, ambos libros premiados en su momento. Como ya señala el título del posteo, los extractos hablan sobre el amor. Sobre qué más. Del primer libro son frases recopiladas a lo largo de éste y del segundo, dos pedazos de un capítulo:


El amor es un largo camino de búsqueda pero, cuando finalmente llegamos a la meta, resulta un tanto decepcionante. Si uno quiere algo con desesperación, lo peor que le puede ocurrir es obtenerlo rápidamente.

No lo sé, a veces quiero pensar que el amor sí importa. Se trata de algo tan irracional, tan equívoco, que sólo existe porque nos obstinamos en creer en él.

El amor es sólo un anzuelo que ellas lanzan para hacernos cumplir su voluntad.

¿La amaba? ¿Podía saberlo? Es fácil comprobar que uno está enamorado: es una sensación física tan reconocible como el dolor de cabeza, la fiebre o el vómito… Se siente en el cuerpo como una enfermedad o un sobresalto. ¿Pero amar? Eso está más cerca de la fe –y por lo tanto de la mentira– que de la convicción.

¿Y qué es el amor sino la mayor de las elecciones? Cada vez que uno decide amar a una mujer, en el fondo está optando sólo por una posibilidad, eliminando, de tajo, todas las demás… ¿No les parece una perspectiva aterradora? Con cada una de nuestras elecciones perdemos cientos de vidas diferentes… Amar a una persona significa no amar a muchas otras…

En un mundo sin certezas absolutas, ni siquiera el amor se salva de la duda. Digamos que considera altamente probable que su amor sea cierto… Es a lo único que podemos aspirar.

Los enamorados son los profetas más perversos, los héroes más tristes, los iluminados más ciegos. Defienden su amor como la única verdad posible, como lo único que importa en el universo, como la religión suprema y, en su nombre, someten a los demás con la misma fuerza y la misma violencia de los dictadores y los verdugos. Su verdad, creen ellos, los salva. Su dogma les permite corromper y destruir, lesionar e inutilizar, decidir, por sí mismos, la suerte de quienes les rodean.

Por desgracia –lo sé muy bien–, el amor es una maldición que no sólo nubla el entendimiento, sino que destruye el alma. En el fondo, lo único que deseaba Bacon era estrecharla de nuevo contra su cuerpo, llenarla de besos y hacerle el amor como nunca antes, como nunca después…

 

 

Pero ¿cuándo el amor es propiamente amor? ¿Puede uno amar a quien le acompañó por una hora? ¿Por dos horas, dos meses, dos años, dos minutos? ¿Se ama a quien se conoce, justamente por eso, o es quizás al revés: conocemos para mejor desconocer, y así poder amar sin el estorbo de la realidad? ¿No es cierto que quienes más se aman son a veces quienes menos se conocen? Ni una sola de estas preguntas se plantea jamás para buscar respuesta verdadera. Ninguna la tiene, ni la tendrá, a menos que uno decida imponérsela, casi siempre de acuerdo con su más absoluta inconveniencia. Incluso sin respuesta, lanzadas al espacio estratosférico de los propios insomnios, las preguntas que apuntan hacia la probable existencia del amor suelen aparecer cuando no queda tiempo, ni voluntad, ni siquiera osadía para ponerlas en duda. Preguntarse si por casualidad se ama equivale a plantear una alternativa entre felicidad y desdicha, buena y mala fortuna, besos y bofetadas. Se elige ser feliz, besado, afortunado, aun en la certeza de que sucederá lo opuesto, igual que se le dice "que te vaya bien" a un enfermo terminal. Elegimos a veces a costillas de la conveniencia y el sosiego, por razones tan inaccesibles como irracionales, por eso las preguntas laten sin respuestas, y al final son capaces de aceptar cualquiera. El amor es lo más parecido a las mentiras. Justifica u opaca a la razón, por derecho o torcido que parezca, no requiere de justificaciones, se reproduce a la menor provocación y exige todo el crédito del mundo. Además de que nadie o casi nadie puede vivir tranquilo en su total ausencia. Por eso, cuando vienen las preguntas, lo hacen acompañadas de su correspondiente hilera de respuestas obvias. Sí. Claro. Por supuesto. Para siempre. ¿Por qué no? Cualquier cosa con tal de no quedarse en esta orilla solitaria, qué más da si después del amor está la nada. ¿O es que alguien está aquí sin entender que al final de la vida no queda más que la muerte?


El inglés necesita de un verbo fatalista para emplear la expresión <enamorarse>: to fall. O sea que el enamorado no exactamente asciende a un estado superiror, sino al contrario: cae. Tropieza, se distrae, es entrampado. Cae, igual que Luzbel. Si Cristo hubiese dicho Enamoraos los unos a los otros, ya estaríamos todos viviendo en el Infierno. Pero sería injusto concluir que Amor y Averno son instancias iguales o siquiera equivalentes. El diablo de allá abajo y el diablo del amor podrán ser parientes, y en un momento socios, pero sus métodos difieren tanto como la horca del veneno, el sable del cuchillo, el cañon de la trampa.