martes, 29 de enero de 2019

Magia




Esta es la clase de cosas que uno ve en estos días por internet. Porque vamos, si se ofrecen productos milagrosos que reducen la grasa abdominal con más facilidad que saltar sobre un pie, también se pueden ofrecen milagros redentores del ego, que nos conviertan en esa celebridad de las redes sociales por algo menos vacío que un video sexual o un vergonzoso video viral. Pero no se crean, que hay sus excepciones. Ya dicen por ahí que hay todo tipo de habitantes en la viña (¿o villa?) del señor.

Fama y fortuna al alcance de un click. Trucos extraordinarios al alcance de cualquier cualquiera. Recetas simples para que brote en dos parpadeos el artista que llevas dentro. Porque hay que recordar que el que quiere puede y que nada es imposible; y que además, el universo conspira a nuestro favor. Qué más podríamos desear.

Y es que el arquetipo del escritor sigue siendo mucho más apetitoso que casi cualquier otro, sobretodo si piensas en alguien como J. K. Rowling. No creo que algún charlatán se atreviera a pensar en una audiencia tan estúpida que le creyera que podría tocar el piano en tres meses, para luego componer melodías que se conviertan en clásicos. Parece que todos quieren ser el gran escritor que escribió la gran novela que se está forrando en serio. Porque aunque los cineastas tienen un aura casi igual de mágica, y ahora Cuarón está en boca de todos, cuando uno se informa, hacer cine no es tan fácil. Más bien es impresionantemente complicado, y caro, eso hay que subrayarlo.

Y si lo pensamos un poco, primero habría que escribir el guión con la gran historia, para luego filmarla, y luego postproducirla. Es mucho trabajo. Tampoco creo que haya (aunque no lo dudaría) un manual para hacer tu Roma en tres meses. Y luego, dónde encuentras otra Yalitza.

Pero así están las cosas en estos pantallizados días. La ley del menor esfuerzo a su máxima expresión.

sábado, 26 de enero de 2019

entre pasiones y libros

He leído bastantes pocos libros en mi vida. Bastantes pocos para los que ahora me gustaría haber leído, aunque bastantes para los que una persona promedio de este país lee; pero ya se sabe que los males de muchos sólo consuelan a los tontos. Porque aunque he tenido mis periodos de ferviente actividad lectora, que nunca es muy amplia debido a mis otras pasiones, como las contenidas en la mal llamada caja idiota (beisbol, futbol americano, futbol, películas, series), estos no han sido muy prolongados. Y si a esto le sumamos que en los primeros 18 años de mi vida leí muy pocos libros, demasiado pocos por el puro gusto de hacerlo. Pues ahí está, que no son muchos los libros que han pasado por mis manos. 

A eso también hay que sumar el encuentro con otras grandes pasiones dentro de la gran pasión de la lectura, hablo de mi encuentro con Tolkiem y Rowling; con Frodo, Sam, Hermione, Harry, y todos los demás. Si eres un lector lento y eres atrapado en las minas de Moria o el bosque de Lothorien, o en algún lugar del callejón Diagon o Hugsmeade, muchas de las pocas horas dedicadas a pasar páginas son monopolizadas por las creaciones de esas mágicas mentes, mientras la verdadera literatura queda empolvándose en algún rincón de cualquier lugar.

Hablo de esos libros que se topan contigo y te dejan pensando cosas, de eso que como dice mi buen amigo, escribe alguien que está hablando no de lo que se le ha ocurrido, sino de asuntos que nos suceden a todos. Esas páginas que te hacen sentir lo que Pacheco resumió tan perfectamente: no leemos a otros, nos leemos en ellos. Esas historias donde te das cuenta, como nunca lo habías hecho, que los seres humanos somos un caleidoscopio bastante perverso.

Y luego te das cuenta de cuántos libros te gustaría leer, y una maliciosa voz susurra preguntando ¿cuánto tiempo te quedará para hacerlo?

miércoles, 23 de enero de 2019

Los posers también son cursis



Sí, me gusta eso que dice. Y no tengo ninguna idea de si eso que ha escrito refleja lo que piensa en realidad o sólo ha compartido lo que cree que es políticamente correcto y agradablemente educado. Lo que hará que los demás pensemos que es culta y cool; ¿qué será más valioso en este mundo de memes? Imagino que alguien supuestamente cool, con la suficiente cultura para entender ciertas referencias de Rayuela incluso si nunca lo ha ojeado; porque tampoco hay que exagerar, alguien muy culto da hueva. Será en verdad una librepensadora con el respeto a la libertad ajena como consigna inquebrantable, u otra activista de sofá, de calzado lindo y smartphone de moda, que retuitea cualquier opinión que refuerce ese arquetipo que tanto se esmera en construir. Pero vamos, ella me encanta (me tiene encantado) por lo bello de sus ojos y lo lindo que se acomodan sus rasgos faciales en esa sonrisa capturada por la selfie, en esa instantánea virtual tan bien compuesta en ese trescuartos que le favorece tanto, mucho más que una toma frontal según me han revelado el resto de sus fotografías de perfil. De hecho, la voy a abordar por lo linda que se ve más que por lo linda que me pareciera su persona transgresorarevolucionaria que se empeña en defender el derecho al aborto y los derechos de los homosexuales. A pesar de todo lo que yo presuma en mis redes (básicamente lo mismo que ella) mi principal motivación es su físico; esos ojos, esa delgadez que los prejuicios me hacen ver con tanto valor frente a cuerpos con más kilos, a pesar de que estuvieran bien acoplados en caderas y pechos. Porque finalmente, lo que le da valor a esas supuestas frases de Frida o de Alejandra Pizarnik es esa espléndida sonrisa, esos ojos, su perfecta delgadez. Otro asunto es que su aparente belleza también podría tratarse de una tomadura de pelo patrocinada por los filtros de sus fotos, y que esa magnífica sonrisa sea el resultado de pixeles reordenados y editados. La experiencia me hace saber lo altamente probable que así sea. Aun así, intentaré llamar su atención con la respuesta más ingeniosa e inteligente que encuentre, mientras cruzo mis dedos esperando que sus fotos no mientan.

Porque, todo puede pasar.

domingo, 20 de enero de 2019

reencontrando a Ruby


Hace dos días volví a ver Ruby Sparks (Ruby Sparks: la chica de mis sueños) y disfruté muchísimo la experiencia. Con independencia de la linda posibilidad de ver a Zoe Kazan en 16:9, fue muy agradable volver a ver esta fantástica historia, por cierto, escrita por ella. Recordaba que me había gustado bastante la historia pero sólo eso. Ahora la disfruté más, mucho más. Si alguno de ustedes la ha visto y es lector de este blog se podrá imaginar que me habré identificado con el protagonista, un escritor algo traumado que va al psicoanalista.

Y creo que esa es la razón fundamental de que esta revisión del filme me haya resultado tan placentera. Y también está la cosa de poder ver mi reflejo sin voltear la mirada, lo que representa un avance enorme, o eso quiero pensar. 

En 2012, cuando la película se estrenó, yo no escribía (al menos no con regularidad), y mucho menos tomaba sesiones en el diván. Así que entonces no hubo ningún tipo de identificación salvo el deseo de tener esa posibilidad extraordinaria de "tener"a esa mujer.

Hasta hace pocas semanas experimenté un bloqueo, aunque no es un bloqueo total porque he escrito cosas para el blog, pero eso sobre esa historia que intento escribir se ha escondido muy dentro y no quiere salir; y con eso de que las musas sólo se quedan si estás trabajando, pues está cabrón.


miércoles, 16 de enero de 2019

Entre magos te veas


"De repente me puse perverso y leí Harry Potter" dijo bastante divertido uno de mis amigos. Un cuate que tenía bastante conocimiento cinematográfico además de buen gusto para las películas. Me gustó la expresión y me sentí identificado con ella. También me aperversé con la maravillosa historia del joven mago y esperaba con inmensas ansias la llegada de los últimos volúmenes de la saga. De hecho, debo confesar que el último libro lo leí antes de que fuera publicado en México. Imagino que mi fanatismo por libros y películas era tal que para una buena amiga del trabajo no pasó desapercibido y cuando un conocido suyo le ofreció el pdf del último libro pensó en mí y me hizo semejante regalo. Así que leí complacido (antes que muchos) el fin de esa –sigo creyendo– extraordinaria historia.

Y es que la perversión por ese mundo fantástico de magos, elfos y demás creaturas increíbles ya me había llegado con El señor de los anillos. Luego de ver La comunidad del anillo quedé impresionado. La verdad es que como millones no sabía un carajo de Tolkiem ni de la Tierra media ni de cosa parecida. De hecho Harry Potter y la piedra filosofal se estrenó semanas antes que La comunidad del anillo, siendo también el principio de una gran mitología que atraparía a infinidad de personas y que hoy sigue dando frutos con las crónicas prepotterianas de las Creaturas fantásticas y el amistoso señor Escamander. 

Creo que parezco muy divertido tecleando esto, porque se suponía que las letras fueran hacia otra parte, pero aquí estamos, entre Privet Drive y Bolsón cerrado. 

Creo que mi tacañería ocasional se unía a mi pobreza y a gastos más inmediatos y necesarios como el consumo de alcohol en las reuniones extraescolares y todo el dinero empleado mientras eres felizmente acompañado de una chica que parece ser tan feliz como tú mientras intercambian caricias y besos; y comparten hamburguesas y ven películas juntos. La cosa es que leí todo Harry Potter y El señor de los anillos pero no compré jamás un libro. Los libros los compró mi hermana (ella sí, una lectora empedernida, además de en ese entonces carente de vicios) quien luego de muy pocos días los compartía conmigo. Ahora recuerdo que La comunidad del anillo se lo regalé en una navidad o cumpleaños, matando así dos pájaros de un tiro. Un regalo un poco a lo Homero Simpson.

Y como siempre pasa en este mundo olvidado de dios, tras el estreno de ambas sagas cinematográficas se nos vino una cascada de intentos de imitar los mundos y el éxito mercantil que tuvieron las obras de Tolkiem y Rowling. 

No volví a leer fantasía hasta hace dos años que me compré –ahora sí– Juego de tronos. Otra fantástica historia que debo retomar. Mientras, estoy por conocer a la gran ballena blanca.

lunes, 14 de enero de 2019

Escribiendo a diario

Por alguna razón que me resulta difícil ver con claridad –en este tiempo de calma–, en los días finales del año pasado, mientras recorría una de esas grandes tiendas donde venden grandes productos en botellas realmente grandes, me topé con una mesa llena de agendas, agendas que nunca he sabido usar correctamente. Agendas grandes y pequeñas, llenas de dibujos o sobrias, con calcomanías e ilustraciones. 

Rodeado de todas estas libretas llenas de fechas y calendarios se me ocurrió que podría conseguir una para escribir en ella una especie de diario. Para plasmar con mi letra cualquier idea sobre cualquier cosa todos los días del año. Una entrada por día. Como señalan las hojas de la agenda. Una idea, un pensamiento, un trauma o frustración; la conclusión de la sesión de terapia o la salida al cine con ella. Eso que acabo de subrayar en el libro que leo. Cualquier cosa.

Apenas van a cumplirse dos semanas pero todas las hojas están llenas de mis a veces ilegibles garabatos. Y... no sé, pero me parece un buen ejercicio.