jueves, 27 de enero de 2022

sobre ciertos impostores

El síndrome del impostor es, a grandes rasgos, cuando una persona no cree ser lo suficientemente buena en lo que hace, lo suficientemente buena para mostrar su trabajo, para cobrar por él o intentar venderlo; incapaz de reconocer los logros alcanzados. Y, al parecer es una situación que nos aqueja a muchos de los que creamos de alguna forma. No soy tan bueno, piensas en los mejores casos. Soy pésimo, piensas muchas más veces de las que te gustaría.

Es lo que me hizo detenerme no sé cuántas veces antes de dar el paso de abrir el blog. Cómo voy a publicar un blog si no soy tan bueno como para hacerlo. Luego de publicarlo, pasan los meses y te adentras un poco en la blogósfera, y descubres, bastante asombrado, que hay miles de blogs a los que adjetivar como mediocres sería un halago. Creo que ya pasé el estado en el que la mediocridad de los demás me satisfaga. No quiero ser rey en tierra de ciegos, ni el que basa el valor de lo que hace tomando en cuenta la poca calidad de los demás. 

Es algo a lo que le di algunas vueltas en mi cabeza a raíz de la publicación del libro de un muy buen amigo. Mi amigo Ovidio ha dicho muchas veces que no es escritor ni poeta. Creo que lo dice sin falsa modestia, más bien desde las entrañas del síndrome que parece divertirse cuando nos menospreciamos. Porque cualquiera con un poco de criterio puede ver la calidad que tienen la prosa y poesía de mi amigo cubano.

Creo que el asunto se suma a que a muchos nos han enseñado que no está bien visto que uno se reconozca los méritos, y que uno debe hacerse menos frente a los demás, para no parecer arrogante. Si a esto le sumamos los pormenores del síndrome, somos muchos creadores cargando dudas e incertidumbres sobre la calidad de lo que hacemos.

Y claro, también está ese otro lado de la moneda. El de una multitud de escribientes (en este caso) malos que dice a la menor provocación y sin el menor rubor, que son escritores, poetas y artistas. Así sin más, y sólo porque ellos lo dicen.

Será que el síndrome viene con algo de talento y un poco de criterio. O es que existe otro que funciona al revés.



martes, 25 de enero de 2022

las Cicatrices de un cubano


 

Tengo al menos siete años en contacto con la obra de Ovidio Moré. Tiempo suficiente para poder apreciarla y disfrutarla por igual, para constatar que Ovidio tiene el talento suficiente para compartir su obra con el mundo. Pero lo último de sus creaciones con lo que tuve contacto fue con su prosa –la que ahora me ha permitido volver a disfrutarlo–, igualmente rica, consistente y fluida como su poesía, de la que tanto había disfrutado hasta ese momento, y que por supuesto he seguido haciendo; tan disfrutable y única como sus dibujos y pinturas, dueños de una estética propia que los hace ahora reconocibles y destacables entre la oferta actual.

Cicatrices, su primer colección de relatos, y espero, el primero de más libros, es un mosaico polifacético que nos muestra la habilidad de narrador de Ovidio, en el que despliega sus dotes narrativos para llevarnos por donde él desea, que nos deja ver que puede manejar distintos tonos en su discurso manteniendo siempre el interés del lector, ya sea en un relato más, digamos costumbrista, o en alguno de los breves juegos que se permite en sus Enanos dobles de jardín.

Me parece que la herencia latinoamericana del realismo mágico se posa sin reparo sobre muchas de las palabras que tejen las historias que nos cuenta Ovidio. Es el aire que respiran muchos de sus personajes, cubanos casi todos, y que los hace andar, con el ritmo cadencioso de la isla por las venas, y que nos permite a los lectores ser parte de las historias, a pesar de que estemos en contacto por vez primera con algunas palabras cubanas que aderezan las historias. Somos cómplices atrapados por un contexto que fluye y que nos vuelve innecesario un intérprete mientras Ovidio nos guía hábil por su mundo.

Cicatrices es un libro para disfrutar, para dejarse llevar y deleitarse con la muy buena prosa de un gran artista.

La verdad es que me alegra mucho ver y haber leído el libro de mi buen amigo. Luego de años de compartir y leer nuestras cosas, de jugar con poesía, de ver crecer una amistad sincera.

 



miércoles, 19 de enero de 2022

del ser un simple hijo de puta

Como tantos otros simples mortales en estos tiempos internetescos, fui seducido por Youtube. Es lo lógico. Como en otro tipo de seducciones, cada uno tiene sus gustos y fetiches particulares, no a todos nos atraen las mismas personas, ni las mismas partes del cuerpo; ni a todos nos entretienen los mismos videos (en mi caso videos sobre Canción de hielo y fuego, pintura en acuarela y óleo, una especie de filosofía para principiantes, algo de desarrollo personal y, últimamente, finanzas personales. Además de todos los videos musicales, que solamente escucho, y videos de Carlos Ballarta o El tío Rober que no me canso de escuchar).

E igual que si estuviéramos dentro de un burdel al que somos aficionados a ir, y donde el anfitrión ha ido conociendo nuestros gustos, el algoritmo de Youtube nos muestra lo que cree que nos gustará, generalmente, en mi caso, con buenos resultados. Mucho del contenido que veo o escucho más me fue provisto por don Algoritmo. Incluso la última lista de reproducción de Juan Gabriel que me armó fue bastante de mi agrado.

Nos hemos acostumbrado a obtener las cosas sin pagar por ellas. Sobre todo las cosas virtuales. Casi siempre hubo alguien con el conocimiento suficiente y las ganas de trascender y dejar una pequeña huella en el mundo como motor, que hizo un buen video en el que nos explica a detalle eso que queremos aprender a hacer. Los videos están ahí para que los usemos.

La forma de pagarle a esa persona que nos ayudó con su valiosa información, de retribuirle de alguna forma es bastante sencilla: presionar el botón del pulgar arriba, el tan preciado like. Se puede ayudar un poco más si además se suscribe uno a la página del creador. Es simple. Un intercambio sencillo para corresponder el servicio recibido.

La realidad es que es muy poca la gente que decide devolver el favor y presionar los botones. Y no me explico el tamaño de hijo de puta que debes ser para actuar así. Ya te beneficiaste, lo menos que podrías hacer es ayudar a quien te ayudó. 

Pero incluso hay quien va más lejos, como dice Dany Maglor de Crónicas de Poniente en un directo, hay quien le ha dicho que no tiene por qué presionar al like ni hacer nada para beneficiarlo. ¿Por qué lo harían?



viernes, 14 de enero de 2022

Reflexiones de un bloguero VII

Escuchaba un video en Youtube (últimamente escucho videos mientras pinto o dibujo) hace algunos días, en el que se tocó el tema de hacer dinero con un blog. Yo tengo ya más de ocho años con mi blog y no he visto un sólo peso. Claro, tampoco lo he buscado demasiado. Aunque hubo un tiempo en que decidí que sí quería ver si podía tener alguna gratificación mientras escribía por placer, y le coloqué dos anuncios al blog. La ganancia era tan nimia que decidí dejar el blog libre de anuncios y continuar escribiendo por el puro placer de hacerlo, y alimentar a mi ego de paso. Algo inevitable.

En esos días las estadísticas del blog mostraban al menos mil visitas mensuales, aunque hubo un mes que alcanzó las tres mil. Razón que abonó mi deseo por ver si podría ir al cine con las ganancias del blog.

La cosa es que escuchaba las recomendaciones que hacía el sujeto del video sobre la forma de tener un blog exitoso y visitado. Y viendo todo eso a estos años de distancia y con la experiencia que tengo para poder decirlo, me parece que todos esos maravillosos consejos que te sueltan son pura basura. 

En un mundo ideal sí. Si eres constante en tus escritos la gente no dejará de acudir a tu blog. Si tus textos tienen calidad, si entregas un producto pulcro, si respetas el contenido como el principal valor, suena lógico que cada vez tengas más lectores. Si agregas ese botón para que tus "entusiastas" lectores puedan recibir tus entradas por correo facilitarás la lectura y visibilidad de tu blog. Si compartes tus entradas por facebook, todos tus conocidos podrán leerte, y claro, también compartirlas, y así llegarás mucho más lejos.

Pues no señores. Nada de eso ha pasado. Ni creo que pase. La realidad es que en el momento en que Google+ cerró, las visitas al blog se minimizaron como Chapulín Colorado con Chiquitonina. Soy consciente que el tiempo de ocio se lo disputan Netflix, Youtube y similares.

Aunque debo decir, por si a alguien le quedara duda, que no escribo pensando en hacerme rico. Hacerlo sería de las mayores estupideces de mi vida, a pesar de que muchos lo intenten con ello en mente. Sé que si llegara a pasar sería fortuito, y de ninguna manera me molestaría, a quién le puede molestar dinero extra llegado de improviso. 

Como ya dije arriba, escribo por el placer de hacerlo y escribo para mí. Pero agradezco infinitamente a los que se acercan y que Blogger me sigue mostrando que aunque pocos, ahí están. Muchas gracias.

 



viernes, 7 de enero de 2022

divague de año nuevo

Uno de los mantras que repite una buena parte de la sociedad actual es lo feliz que los hace la soledad. Van por la vida presumiendo lo felices que son disfrutando la compañía de nadie más que de ellos, aunque siempre recuerdo que sobre lo que se presume es sobre lo que se anhela. Incluso hay insulsos memes en los que alardean que si los llegaras a ver tristes sería por cualquier ridiculez pero no por desamor. Supongo que todos ellos se palmean la espalda intentando no pensar que los males de muchos son el consuelo de los tontos. Y ellos no son tontos, porque sólo los tontos sufrirían por amor.

La autosuficiencia, independencia y vanagloria de la soledad se proclaman como virtudes divinas, en todos lados y a todas horas. Pero me quedé pensando hace unos días que si hay tanta gente que disfruta de su soledad, una taza de café, un libro, sin importar que sea bueno o no; y el disfrute de su propia presencia, entre muchos otros beneficios del estar solo; les haya costado tanto la preservación de su vida quedándose en sus casas en las fiestas de fin de año. Que les haya valido un cacahuate la posibilidad de contagiarse o de contagiar a toda su familia, sabiendo de antemano lo imposible que les había sido quedarse en casa a pesar de que lo proclamasen en facebook cada tercer día; por no reunirse y celebrar lo que se supone que se debe celebrar. 

O quizá ver netflix sin compañía no sea la panacea, porque casi siempre los libros continúan acumulando polvo.

Mi madre sólo guarda silencio cuando le digo que tuvimos mucha suerte porque aunque éramos sólo diez personas en la mesa, vinieron seis personas que no viven aquí en la comida navideña del 2020. 

Seis posibilidades. Demasiada suerte.

Que reunirse con todas las medidas y alardear de que en esta familia todos somos cuidadosos, ha sido quizá el mayor autoengaño, o al menos el más costoso. Lo escuchábamos por todos lados, la primer medida era no reunirse. 

Pero necesitábamos vernos, necesitábamos abrazarnos, porque tampoco pudimos resistirnos al vacío choque de nuestros puños como muestra de afecto. Y en realidad compartimos la mesa sin diferencias a otro convivio ajeno a la pandemia. 

Llegó enero y nos demostró que por alguna razón aquí tuvimos suerte. En otras casas la desgracia se multiplicó. Una muerte no fue suficiente para decirle a tantos que había que hacer caso a ese que se oponía a la reunión; y los moños negros se multiplicaron, junto a culpas y recriminaciones.

 

Y bueno, pienso que si necesitamos tanto esa reunión con los que queremos y nos quieren, y casi todos nos negamos a privarnos de ella, cómo no vamos a anhelar tener a quien abrazar, besar, amar y compartirnos como se suponía que debía ser.



de historias ajenas

 

La historia de estas imágenes es una de justicia y de lo que se supondría que tendría que ser el deportivismo. Aun así, es una historia que resulta ajena y extraordinaria.

Será que soy parte de un contexto corrompido donde la posibilidad de la trampa es una maravillosa posibilidad que no se juzga, en una sociedad que siempre busca chingarse a quien se deje, donde Iván Fernandez no es más que un idiota por lo que decidió hacer. Cuántas veces he escuchado la justificación de la trampa de tantas formas posibles y la condena del acto justo como la acción de un desubicado.

Cuántas personas en el mundo pueden pensar en los demás antes de pensar en su beneficio, cuántas personas devuelven el billete luego de haber visto a quien se le cayó, cuántas personas pueden tener un concepto de justicia estando tan cerca de una medalla de oro.

¿Cuántas veces he hecho yo lo correcto?