miércoles, 29 de mayo de 2019

Hacerse el lindo


Le dice la niña a la princesa Giselle en la maravillosa "Encantada": los hombres sólo quieren una cosa. Y parece ser cierto. Digo, no es que el sexo sea la única cosa en la que pensamos pero es la más recurrente y quizá también la más intensa.

Muchos de nuestros actos conscientes e inconscientes van encaminados a terminar entre los brazos de una chica, mina o tía, la latitud es lo de menos; el coqueteo descarado o la inocente sonrisa van todas hacia la misma dirección, la de aquel rudimentarismo de procrear y preservar la especie, aunque ahora es lo que menos querríamos. El chiste es la posibilidad del encamamiento mutuo.

Y entonces uno se hace el lindo. Y hacerse el lindo es distanciarse lo más posible de ese hombre común que sólo piensa en sexo, o de cualquier otra normalidad del hombre. Ponerse ropas especiales que le digan a las más féminas posibles: "eh, mira, yo soy distinto. Soy mejor".

Y no creo que esté mal, creo que toda mujer de cierta edad lo sabe, es perfectamente consciente de que casi todos los hombres con los que se cruza, al verla, tienen la idea, el deseo o la ensoñación de acostarse con ella. Así son las cosas. Cada uno va pasando los días como puede.

Pero hay un tipo que llegó al extremo de querer ser el lindo de la película. La verdad es que cuando lo vi no pude evitar pensar que eso hacía, sólo intentaba llamar la atención de varias ingenuas (por qué será). Y lo consiguió. Desconozco si terminó compartiendo lecho al atardecer o con el celular lleno de nuevos números de esperanzadas mujeres. Lo que sé es que su elaborado teatro se le derrumbó sin darse cuenta.

Y resultó que este antes ejemplo de hombre, deseo de vírgenes e ingenuas era todo lo opuesto al arquetipo que fue a vender. El amigo resultó ser lo que en este país se conoce como "una fichita".

domingo, 26 de mayo de 2019

una incómoda verdad



Escribe Xavier Velasco sobre la envidia en "Los años sabandijas": La envidia, por ejemplo, peca de inconfesable. Por cuanto tiene de automenosprecio, el sentimiento ruin por excelencia no merece el perdón del amor propio. 
... pero acusarte de ser envidioso es pedir de rodillas que te llamen jodido. Y eso Rubén no puede permitirlo.

Tan inconfesable resulta ese menosprecio frente a la ventura ajena que a alguien se le ocurrió matizar con aquello de "envidia de la buena", como si eso fuera posible. La envidia es la envidia. Y que se te tache de envidioso es de verdad colgarte un cartel de jodido al cuello. Deben existir, aunque en pequeñísima proporción, personas a las que de verdad les dé gusto la felicidad ajena, y que sientan una alegría exenta de suspicacias envidiosas.

Bastante evidencia sobre ello se acumula cada semana en las revistas de chismes, quizá el material de lectura más consumido en este país. Y aunque es claro que lo que se busca con mayor interés son las imágenes, queremos saber los cómos y los porqués, roer el jugo de cada desgracia y cada chisme de aquellos a los que en secreto envidiamos.

Y en el mismo lugar donde pernocta la envidia lo hace el placer que nos recorre cuando nos enteramos de las desgracias de la gente famosa. Cuánta vileza albergamos para congratularnos cuando otros se revuelcan en la mierda.

La desnuda verdad es que todos somos Rubén.



miércoles, 22 de mayo de 2019

Buenas compañías

Me preguntaron qué prefería, si leer un buen libro o ver una buena película. La verdad es que prefiero la película, soy más cinéfilo que lector. 

Lo maravilloso del asunto es que no se debe escoger entre uno y otro placer, y en un buen día, mejor dicho, en una buena noche, se puede disfrutar de ambos, y ser felices, al menos por unas horas. Si acaso, se escoge el orden para disfrutarlos, y aquí también me inclinaría por el filme, pero esta elección está basada más en que éste tiene una duración definida. Muchas veces uno se queda leyendo por más tiempo del que tenía pensado.

Hay otra gran combinación, que incluye a ambos protagonistas o a uno solo. Otra vez, prefiero que la compañía venga de la pantalla que del preciado libro, pero esta vez es por la conveniencia de tener las manos ocupadas en ese cuerpo que alegra esas noches, y si tienes suerte, también los días y las tardes.

Pues sí. Tener a esa persona especial que también te tiene, quizá mucho más de lo que nunca esperaste o que esperabas aceptar o que aceptarías frente a tus amigos. Hacer el amor por el tiempo que se pueda, o que se quiera, que con el tiempo vienen achaques desconocidos que acortan los placeres corporales. Qué hacemos, los achaques se acumulan.

Y entonces, te levantas a poner esa película en el reproductor de dvd, o quizá están pasando algo maravilloso en la televisión y entonces no hay que dejar el tibio lecho; y qué importa si no está completo o si ya lo has visto antes, estás junto a la persona con la que te gustaría estar siempre.

Leer juntos luego de hacerse el amor también es muy lindo, pero sólo lindo, lo otro es mucho mejor simplemente por el hecho de que la puedes abrazar y acariciar mientras sus ojos se distraen con otra cosa.



domingo, 19 de mayo de 2019

ciertas decepciones


Este fragmento de Juego de tronos fue visto por algunos entusiastas fans como una profecía de la muerte de Arya Stark, quizá el personaje más querido de Canción de hielo y fuego y de Juego de tronos. Está en el primer capítulo de Arya, al principio de la historia. 

Parece que la teoría sobre ello tendría demasiada lógica, porque Arya se convirtió quizá en la persona más letal de los Siete reinos, y tiene algunas cuentas pendientes con la muerte.

Una muerte épica para un personaje igual. La impresionante destreza al servicio de Azor Ahai, su hermano, quien le dio esa aguja. 

Pero todo se fue al carajo.

Ojalá el señor Martin termine los libros y podamos saber qué pasa con los personajes de esta extraordinaria historia.


martes, 14 de mayo de 2019

de tiempos modernos

Antes cada cosa tenía su tiempo. Las cosas tenían un momento preciso para hacerlas, así ese intervalo temporal fuera grande o pequeño, las cosas se hacían cuando era preciso hacerlas. Uno comía y dormía y jugaba y veía la televisión o iba al cine; ibas a la escuela y al trabajo, manejabas tu auto si tenías y disfrutabas a tu novia si tenías suerte, y cagabas cuando era necesario. Cada cosa en su lugar, como dirían las madres con obsesión por el orden.

Ahora no. Todas las cosas que uno pueda hacer en su vida comparten su tiempo con el teléfono móvil, con el celular. Mucha gente –por fortuna no toda–, por desgracia casi toda la gente joven, come con el teléfono junto a sus cubiertos o en su mano, y duerme con el aparato casi pegado al oído, bueno, duerme el tiempo que la atención al celular le deja disponible, y aun así, es lo primero que revisa una vez que ha medio abierto los ojos. 

Y también juegan futbol o scrabble con el teléfono en la mano, y ven televisión o van al cine sin casi desprender la mirada de la brillante pantalla que no deja de exigir atención; y lo mismo si se está en la escuela o el trabajo, si se maneja un auto o si se tiene la suerte de tener pareja. También se caga con los ojos clavados en la brillante pantalla; ojalá ninguno haya confundido el papel con el aparatito, aunque no lo dudo.

Conozco gente que tiene un refrigerador vacío en casa pero se jacta de traer consigo uno de los últimos modelos disponibles del mercado, y ahí se ven las prioridades. Y ahí se ve también lo jodido que está el mundo, lo sola y vacía que está la gente.



martes, 7 de mayo de 2019

Reflexiones de un bloguero lV


Yo sigo escribiendo, publicando todas las semanas, varias veces a la semana; diciendo mis cosas aunque sean pocos los interesados en leerlas, incluso esos que dijeron en su momento que les gustaba tanto hacerlo o que se han vuelto mis amigos. Pero siempre hay cosas más importantes o eso quisiera pensar; sólo hay cosas más entretenidas con que llenar el tiempo mientras llega nuestra muerte.

Seis años sin dejar de teclear mis cosas, mis necedades y pataleos, mis elocuentes quejas, mis borrosos recuerdos, y también, las huellas de ese incierto viaje y de ese memorable amor. 

Pero como dijo el extraordinario Saramago hace no sé cuanto: escribo por desasosiego. Y luego siempre hay por ahí alguien que lee. Eso siempre lleva una sonrisa con ello. No ha habido vacaciones ni pausas, bloqueos sí, pero me había prevenido escribiendo de más en los meses fructíferos, con los temas que no caducan (he posteado cosas escritas un año antes y se siguen viendo frescas); porque hay días en que no quiero escribir y hay veces que creo que no puedo hacerlo por más estúpido que esto suene y por más tiempo que frente a la computadora pase.

He leído que algunos colegas dicen que los blogs están en proceso de extinguirse, yo no lo creo. Siempre vamos a existir personas con la vanidad suficiente para creer que lo que pensamos debe quedar plasmado en algún lugar, y no sólo eso, sino compartido con las multitudes, cada vez más estúpidas. Y si al final sólo nos leemos entre nosotros pues ya está, eso haremos.

Pero debo decir que la mayoría de mis amigos blogueros ya no escriben o lo hacen demasiado poco, y extraño leerlos. Como decía al principio, debe haber cosas más importantes. Claro que también extraño que me lean y me digan lo que piensan de lo que pienso; ver con una indescriptible sonrisa que pensamos igual o muy parecido sobre algunos asuntos, o que piensan distinto; descubrir realidades de otra gente; y convivir, convivir entre letras.



jueves, 2 de mayo de 2019

Corazones

Dicen que los corazones
se hicieron para romperse.
Es difícil de creerse 
para cariños simplones
de amor sin preocupaciones.
Bueno, estoy exagerando, 
y de amor no estoy hablando;
hablo de un cierto cariño, 
del sentir de cualquier niño
que no ve a qué está jugando.

Amorcitos desechables
de tequieros inmediatos,
tornan cariños ingratos
al sentirse indispensables.
Amores banalizables
de corazones miedosos,
sentimientos pudorosos
que se dan sin entregarse,
no vaya uno a estrellarse
bajo cielos tormentosos.

Y mueran las fantasías
quebrando los corazones,
proveyendo mil razones
de prevenir agonías;
y enterrar las alegrías
antes que se hagan pedazos.
Y queden sólo retazos 
de un corazón indefenso
con un temor tan intenso
que no puede abrir los brazos.