Hace ya algunas semanas que le doy vuelta al asunto de comenzar a escribir otro libro (qué mamón suena eso de "escribir otro libro", pero tampoco me parece decir "escribir un libro" si ya he escrito dos). Una novela más novela. Me refiero a algo que no pueda parecer el conjunto de relatos sin relación para alguien algo despistado. No he podido. Mi pereza hace alianza con otros defectos míos que se aferran a decirme que ellos mandan. Y tantas veces eso pareciera.
Un primo me dijo hace poco que yo era alguien que no procrastinaba. Ja, ¿eso cree? Quizá eso le puede parecer a alguien que no me conoce demasiado a pesar de que nuestras madres nacieron juntas y tenemos la misma edad. He hecho algunas cosas, pero cuántas más he dejado de hacer. Aunque nadie se da cuenta porque no ando alardeando futuros inciertos. De hecho recuerdo la sorpresa y/o la incredulidad de tantos cuando le dije al mundo (mi mundo) a través de facebook que había publicado un libro.
Pero bueno, no me he puesto a teclear sobre una nueva historia que a ciencia cierta no sé para dónde iría. Tengo algunos nortes de cosas sobre las que me gustaría explorarme, ver hacia dónde me muevo una vez que me ponga a escribir. Creo que escribir activa mecanismos del inconsciente y te muestra cosas que te llegan a sorprender.
Pero sigo escribiendo. Aquí. Cada semana. Algunas semanas más, algunas semanas nada. Me he cumplido la promesa de publicar todas las semanas por nueve años. Sigue siendo de las cosas más satisfactorias de mi vida, de mis más íntimas alegrías. Y es que en este caso la procrastinación con sus aliados son vencidos por mi implacable vanidad. Ya se dijo en aquella película argentina que para escribir sólo se requiere de lápiz, papel y vanidad.
¿Será enorme o implacable la mía? Aquí me tiene, cuidando mi pequeño y lindo refugio.