Dicen las lenguas que se consideran poseedoras de ciertas verdades que parecen innamovibles, aunque la metamorfosis de esta idea la ha vuelto del conocimiento de todo tipo de individuos, que para poder amar a alguien debes primero poder amarte a ti. Es una idea que en mi opinión tiene mucha lógica pero que también me hace pensar ciertas cosas con respecto a mí y mi forma de amar.
Por un lado he descubierto que no me amo. Así, sin analgésico ni eufemismos. Es mi verdad. Pero por otro lado soy alguien que sabe amar, que se puede entregar a ese ser especial (o no tanto) sin pensar en nada más que en que es feliz haciéndolo. Me lo dijo una buena amiga luego de leer el primer libro que escribí, me lo dijo el psicoterapeuta: tienes una forma de querer muy bonita; y lo pienso yo. Sé que sé amar, o al menos eso es lo que pienso.
Y entonces aquí hay una enorme contradicción como cualquiera puede darse cuenta. Y es el asunto que me ha puesto a pensar más de una vez: no creo que sea del todo cierta esa supuesta verdad, yo sé amar a pesar de no saber amarme.
Es curioso que lo que me trajo a teclear esto es un fragmento que dejé señalado en 1Q84 de Murakami, que a pesar de que me interesó y me intriga en que acabará la extravagante historia, no me gustó demasiado ni me parece que Murakami sea el gran escritor que muchos dicen que es. El fragmento es el siguiente:
–Estoy cansado de vivir detestando, odiando, guardando rencor. Estoy cansado de vivir sin amar a nadie. No tengo ni un solo amigo. Ni uno solo. Y, sobre todo, ni siquiera soy capaz de amarme a mí mismo. ¿Por qué no puedo amarme? Pues porque no puedo amar a otros. Cuando uno ama y es amado, la gente aprende la manera de amarse a sí mismo. Quien es incapaz de amar a alguien, no puede amarse debidamente a sí mismo.
Ni las verdades que se alardean a diestra e izquierda son ciertas por ello, ni las cosas que se dicen en los libros lo son por esto mismo. Pero también encuentro lógica en el argumento.
Aunque creo que la lógica la pongo yo al mirarme.