miércoles, 24 de febrero de 2021

En realidad no sé muy bien cómo pasó. Pero de un día para otro pasé de ser tu buen amigo al posible padre de tu hijo. Pasé de ser tu confidente y amigo, tu incondicional apoyo en esos últimos días aciagos de un terrible año, a ser tu pareja, tu hombre, tu futuro, ese que te cuidó con todo su esmero mientras se deleitaba admirando tu perfecta desnudez y regodeándose cuando asumían que éramos marido y mujer. 

Creo que nunca había amanecido un catorce de febrero más feliz. Con la certeza del lado de la más feliz posibilidad. Creyendo haberte hecho feliz el día de tu cumpleaños, compartiéndote mi miedo y mi felicidad, mis deseos, mis sueños que se niegan a morir a pesar de andar entre despojos; a veces parecen tan hermanados con la esperanza.

Me preguntaste si te ayudaría a tener un bebé, y obvio, dije que sí. Y después de asimilar la fantástica ventura de poder volverte a tener en mis brazos y estar dentro de ti, de hacerte el amor, de mirarte mientras te amo. Tuve que dejar salir todos los sueños que jamás se fueron.

Me maravilla lo intacto de nuestro amor luego de más de cuatro años, parece que el tiempo lo solidificó en vez de empolvarlo. Bueno, yo lo adoré como se venera una milagrosa virgen, con malos versos llenos de dolor, con anhelantes canciones y alcohol, con mil recuerdos y mi necedad sobre nuestra indiscutible unión. Y obvio, tras reencontrarnos volví a soñar: seguíamos solteros y éramos tan felices juntos.

No tienes idea de lo feliz que soy, pero algo sabes.

prueba

Resulta que escribí un segundo libro. Esto es un fragmento de un capítulo, que vendría siendo la pruebita que te dan para que te animes a comprar un taco de cualquier cosa. Un taco mexicano, no español: 

 

Cómo es difícil desacostumbrarse a una persona. Intentar desacostumbrarte a lo que era tu vida, a quien abusando del cliché, también era tu vida. ¿Cuántas veces se lo habrás dicho, en cuántas formas? Con cuántos mensajitos de celular, con cuántos besos de emoticón, con cuántos ridículos complementos de miel que no empalagaba, pero cuya acumulación ahora te pesa tanto. Cómo intentar vivir cada día luego de saber que el sueño que creías cumplido no será más que una anécdota más de un amor más en un tiempo pasado. Que ese al que creíste tu hombre no fue el amor de tu vida ni tu media naranja ni tu alma gemela; ya no es nada. Cómo tirar el complejo tejido hecho de tantas hermosas casualidades a la basura. Así nada más.

Cómo enfrentar los ojos de tu madre que siempre dijo que ese hombre no era para ti. Cómo enfrentar los reproches que no se puede guardar sin querer mandarla a la mierda. Cómo tener la fuerza para no echarle en cara sus rotundos fracasos, con la huida de tu padre como cereza del amargo pastel, como la cátsup de la putrefacta hamburguesa. Cómo poder guardar silencio, intentar ser mejor que ella y no echárselo a la cara, restregárselo, paladeando la dulzura de la revancha. Cómo desechar la necesidad de esas pequeñas venganzas que dan tanto sentido a la existencia sin sentir una especie de vacío en el pecho.

Aquí están todos los lugares, con todos sus rincones, con todos sus recuerdos que no acumulan polvo. Ahí están todas las películas, con todos sus actores, con todos sus diálogos que no envejecen… pero sin él. Sin su abrazo, sin su comentario preciso o irrelevante; sin su vulgaridad incoherente (para ti), sin las risas compartidas entre los brazos del otro; sin ese roce de su miembro ya erecto luego de sólo unos cuantos besos y caricias. También, el arrepentimiento por no haber cedido tantas veces al deseo manifiesto, por tantos prejuicios acumulados, por pensar que no vas a estar cogiendo todo el tiempo porque no somos animales y el amor debe ser más que eso; y todas las culpas que la iglesia y tu madre te pusieron encima pero que parece has decidido cargar contigo.

Y podrías escapar a otra ciudad y convivir con otras personas y caminar otras aceras y gritarle en otras calles atestadas de coches a todos y a nadie. Y ver otras películas, con otras personas, en otros sillones, y ceder a nuevas caricias e intentar dormir los prejuicios y las culpas. Pero aun así te quedaría la música, que te persigue con su insoportable melodía llena de estribillos torturantes. Y una vez más, qué importa que sean nuevas canciones si casi toda la música habla de extrañar a alguien, que ya no está, que nunca estuvo, que jamás estará. Qué importa: te extraño, te amo, te necesito, eres mi vida, eres mi sol, eres mi todo… El cuento es el mismo. Parece que a todos nos duele en los mismos sitios.

Qué jodido es darte cuenta de que el sexo puede ser tan desagradable. Sólo un acto mecánico sin conexión aparente, consumido por la lujuria acumulada que lo precipita en pocos segundos, pero magnificando el alarido del mastodonte que esperas te retire sus ahora inmundas carnes lo antes posible. ¡Esto no era tener sexo, con una mierda! Besos apurados de deseo impuesto mientras caen las ropas, sin pizca de pasión, con un acartonado entusiasmo prestado, en todo caso; aquella ternura cachonda sería pedir demasiado. Manoseos torpes que no dicen nada, te aprieta por aquí, te lame por allá, te muerde donde no debía; sin la fuerza necesaria o lastimándote. Si no estuvieras tan resignada lo habrías parado en seco y le habrías pedido que se fuera, pero deseabas que el coito fuera al menos agradable, que su torpe deseo lo estimulara a lucirse un poco. Era un desahogo imperioso, debía serlo al menos. Qué diría tu madre si te viera, si supiera que decidiste encamarte casi con el primero que demostró ser menos imbécil que todos los demás, al menos tuvo cierta habilidad fingiendo. Que te volviste a equivocar. ¡Una vez más! Es más jodido darte cuenta que esas manos y esa boca y esa voz, que ese pene, no corresponden a lo que tu cuerpo deseaba al comenzar la excitación. A lo que tu cuerpo extraña tanto a pesar de lo que te has jurado negar.

He dicho que lo que mi cuerpo deseaba, creo que sería más apropiado decir, lo que mi cuerpo necesitaba. Lo necesitaba a él, sólo a él. Su miembro, sus manos, su boca, su pecho a medio vestir, su panza peluda, su barba sin rasurar, su voz, que en esos intervalos de caricias se permitía unos tonos agudos tan graciosos. Su lengua, con una mierda, su lengua. Su forma de estar sobre mí, sus tiernas embestidas, sus mordidas justas, mágicas, detonadoras de tan inexplicable pasión; esa obsesión que nunca entendí por llamarme puta, su puta. Y que secretamente también me excitaba, pero, de nuevo mis prejuicios. Necesitaba coger con él, necesitaba un revolcón monumental. Pero con él. No sólo sexo con quien sabe quién, sexo al servicio exclusivo de una eyaculación, tan pobre, insípida e insatisfactoria eyaculación.

Será que el deseo alimentado por alcohol muere tan pronto y que la lujuria auspiciada por la soledad se evapora con nada. Será que era muy pronto para buscar una salida entre otras piernas, para hallar consuelo entre otros brazos. Qué estúpida y crédula, quise correr sin caminar siquiera, parecía tan fácil abrirse de piernas. O qué, ¿no podré volver a sentirme plena en los brazos de nadie más?

Recuerdo aquella vez en que reímos tanto cuando le mandé aquel artículo donde una feminista se ufanaba de sus virtudes en la cama: decía que el sexo era fantástico debido a ella. Mira, le dije. Me devolvió una carita pensativa. Quieres decir que tú eres la responsable de que nuestro sexo sea fantástico??? La única responsable??? Le devolví tres caras que lloran por el exceso de risa. Jajajaja, claro que no. Los dos somos responsables, un guiño con lengua de fuera y más risas virtuales. Es cierto que lo delicioso de nuestros encuentros sexuales tenía que ver con ambos, con el encuentro maravilloso de dos personas afines, de dos bocas que se acoplan, el cóncavo y convexo que cantaba don Roberto, pero sé muy bien que era él el mayor responsable por tanto placer. Yo me limitaba a dejarme querer y complacerlo (que no es poco), darle gusto en sus inofensivos fetiches, en sus casi pervertidos juegos, complacer sus obsesiones a pesar del dictamen de mis prejuicios; frente a las caricias adecuadas siempre se cede. Y decirle mirándolo a los ojos que era su puta, suya solamente, a su entera disposición. Y claro, nuestros cuerpos dialogando con caricias y besos, compartiendo fluidos aderezados con risas; en una coreografía que parecía haber sido ensayada centenares de veces a pesar de nunca ser la misma. Esto no es misoginia disfrazada: si a un hombre no se le para no importa qué hagas. Si un hombre no te sabe comer el clítoris, tampoco.

Hace días que sé que está saliendo con alguien más. De acordarme parece regresar esa horrible sensación de una patada de mula en el estómago, que me invadió cuando Tere me lo contó en un mensaje. Hijo de puta. Todas sabemos que los hombres no saben estar solos y que tras un rompimiento buscan dónde ir a vaciar su frustración, su dolor, sus arrepentimientos, o su ardidez extrema. Que son capaces de hablar de amor verdadero y almas gemelas, de no haber sentido nunca eso que dicen estar sintiendo, de inventar la más extravagante historia, con tal de revolcarse con cualquier tipa que les sonría de más, que les quiera prestar su cuerpo, con cualquiera que abra las piernas lo suficiente, hasta que su eyaculación extirpe todo el encanto y la galantería. Ya cogieron, ya no te necesitan. Y a tantos parece encantarles el jueguito idiota.

Parece que aquel sueño no se ha ido del todo. Cómo me duele darme cuenta que mi hombre es igual a todos los demás, igual de caliente, igual de promiscuo, igual de básico. Los hombres son tan básicos. Que la pareja cuasi perfecta que creí que éramos para él no vale dos centavos. Que le basta cualquier cuerpo para reemplazarme. Qué jodido es darme cuenta cuánto me duele. ¿Qué me dolerá más, el derrumbe del sueño descubriendo sus pilares de algodón o pensar que hace todo lo que hacíamos con otra persona? ¿También le pedirá ponerse a gatas con los ojos inyectados de una mezcla de lujuria y vergüenza en una perversión casi inocente, para arrodillarse frente a su culo y empezar un juego de besos y saliva que igual que a mí la haga sacar suspiros, escalofríos y gemidos que creía inexistentes? Todavía recuerdo mi sorpresa estando en esa canina posición, al esperar violentas embestidas y alguna nalgada, bienintencionada o salvaje, estando con el culo al aire, a su entera disposición, y recibir en cambio apasionados besos y largos lengüetazos, su esmeradísima manera de lamerme el culo, lo hipócrita de mis reclamos ante lo socialmente sucio de la situación: ¡cómo vas a lamerme el culo! ¡por ahí cago marrano! Pura fachada de mujer decente. Si esos lengüetazos eran deliciosos. ¿Cuántos meses me tardé para soltar un pedo frente a él sin poder reprimir mi absurda vergüenza que a él tanto divertía?

¿Habrá sido verdad alguna de las cosas que me dijo? Una verdad parcial siquiera. ¿Qué tanto de tantas cursilerías estaba bañado de realidad?: el amor de su vida, la mujer de sus sueños, el deseo por alcanzar la vejez a mi lado, esto no se lo había hecho a nadie más, es el mejor sexo de mi vida. ¿Serán todos los hombres unos mentirosos? ¿Seremos todos unos mentirosos sin remedio?

El gran problema es que yo sí lo creí el amor de mi vida. Que todavía lo creo cuando me sincero conmigo. Y es devastador enfrentarse con esa supuesta realidad, una realidad que construiste por años y que parecía no tener soportes de algodón en sus muros. Pero es que es increíblemente relajante pensar que no tienes que preocuparte nunca más por buscar amor o evitar la soledad, pensar que este imperfecto hombre al que aceptas y al que te has acoplado te acompañará todos los días de tu vida, o de la suya, que ya habías pensado alguna vez en quién de los dos se iría antes, pero aun así te seguiría acompañando; es realmente quitarte un peso de encima, sobre todo ahora. Y vas por la vida sintiéndote la gran cosa, mirando a las solteronas hacia abajo, compadeciéndolas en silencio. Sintiendo pena ajena por todas las que gritan en facebook lo desafortunadas que son en cuestiones de amor, por todas las que se quejan de los malditos hombres, de las reglas sociales, de la vida injusta, de que la comida te engorde. Por todas aquellas del mejor solas que mal acompañadas.

Por fortuna tú nunca fuiste de las que postean fotos y fotos con su noviecito, de las que alardean que tienen novio a la menor provocación; y no sólo novio, sino el mejor novio, el más atento y el más detallista y el más amable. De las que aseguran haberse sacado la lotería. Además, el amor de su vida, el hombre de sus sueños, su príncipe azul. Porque los príncipes existen pero no están al alcance de todas, eso es seguro. De las que tantas veces, meses después, gastan gran parte de su tiempo virtual tirando indirectas, vomitando frases de odio y diciendo una y otra vez que los hombres son la peor mierda existente, y que no volverán a amar… y todo ese discurso para el que hay memes de sobra. Cómo no habría, si es un alegato tan popular.

Al menos ahora no debes tragarte tus palabras, ni tuviste que borrar fotos y fotos, toda la evidencia de que aquel patán te traía pendeja.

Tú eres más bien de las de “el amor se vive no se publica”, y volvías a ver a las demás con el desprecio que te da tu supuesta superioridad ¿moral?, ¿social?, ¿virtual? Pero en el fondo sabes que eres igual de ridícula sintiéndote especial. Especial compartiéndole a tu hombre un romántico meme ocasional, dedicándole alguna hermosa y cursi canción, pero con sólo una etiqueta que lo resalte, menos siempre es más, nada de para mi amor hermoso y todo ese rollo meloso; ¿un poema de Alfonsina Storni? Por qué no, la Pizarnik pasó de moda. Lo indispensable para seguirte viendo en el pedestal, para hacerlo sentir querido, para seguirle presumiendo a todos que eres feliz y que tienes quien te ame. Pero que no eres como ellas.

 

 


 

lunes, 22 de febrero de 2021

el último poema

 Fue la más grande utopía
la que sembraste en mi pecho
se alimentó de palabras
de sinceridad sin miedo.
Diariamente la abonaste
con tu atención "en crescendo":
buenos días, buenas noches,
tu dolor bien lo comprendo.
 Y mi corazón tan roto
todo se tragó completo.
 
Y todas tus atenciones
fueron sutil coqueteo,
un vinito te empujó 
hasta a regalarme un beso.
Y claro, me enamoré,
eras más que sólo un sueño.
Ya respiraba tu nombre
necesitábamos vernos,
lo necesitaba yo
tras reencontrarnos fue cierto.
 
Acuarelas y pastel
no me faltaba pretexto,
y el deseo se me afianzó
tras el exitoso encuentro:
"tú lo sabes, yo lo sé"
claro que los dos sabemos,
pero si quedaran dudas
al otro día fue certero.
 
Dos soledades ahí
deseosas de un lindo afecto
que se convirtió en amor
sin seducción de por medio;
sólo nos dejamos ser
y el amor brotó sin peros.
Por eso me lo tragué
como los niños los cuentos,
creyendo que nuestro amor
era nuestro amor eterno.
 
Y mira aquí estoy tristeando
aferrado a tu recuerdo.
 
 


viernes, 19 de febrero de 2021

a tu vuelta

 Desde el cuarto día del mes
de este nuevo mes de enero
imagino que por fin
tu cuerpo es mío de nuevo.
Lo devoro lentamente
tomando todo mi tiempo,
no hay preocupación alguna
yo sé cómo recorrerlo.

Conozco todas tus curvas
tu esencia, tus recovecos,
dónde debo de insistir
para trasladarte al cielo.
Recuerdo vivo tu olor
se fermentó en mi cerebro.
Llevo años imaginando
que volvía a ser tu dueño.

Ya podrás imaginar
toda la dicha que siento.
 



martes, 16 de febrero de 2021

Celebraciones

Al contrario de lo que puedo ver en redes desde que decidí meterme en estos asuntos de virtualidad, no comencé a escribir con el objetivo de la fama y la fortuna. La fortuna me atrae, claro, como a casi cualquier mortal; digo, quién no quiere comprar cualquier cosa que se le antoje sin pensar mezquinamente en sus pobres finanzas. Pero pensar en la fama me genera mucha molestia, aunque he podido ver durante mis sesiones en el diván, que tengo un asunto algo retorcido con ella. También me atrae de una oscura manera. Cosas humanas, supongo.


Pero bueno, vengo a escribir esto como un festejo, como una celebración, una alegre extensión de la de mi cumpleaños, mi día del nombre para los fans de Martin y su canción.


Se publicó una antología de Ultraversal, en la que amablemente me han incluído. Cosa que me resulta en exceso satisfactoria y me pone feliz. Me alargó la disimulada sonrisa con la que amanecí el domingo después de una noche de sábado con alegres conclusiones, tras un bello diálogo. Pero eso es otra historia, como dijera la nana Goya.


Antes de que divague en cosas que aparecen en mi cabecita diré, que la antología está disponible para descarga gratuita hasta el día 18 (o sea que espero lean esto antes de eso) en Amazon, o para compra en Lulú. Y supongo que no sobra decir que es un libro que vale la pena leer por la calidad de la prosa y poesía que ahí han quedado para la posteridad, y para nuestros más íntimos cariños, que en tiempos de series y youtube, quizá sean los únicos que se acerquen a él.




viernes, 12 de febrero de 2021

41

Supongo que casi todos mis compatriotas habrán imaginado algo gracioso en torno al mítico número 41, número con muchísimo menos glamour que el que lo sigue, retirado de todos los equipos profesionales de beisbol de Estados Unidos. Porque, en este país en el que hasta tu abuela podría alburearte, quién se resiste a bromear sobre la edad que estoy cumpliendo. Y con aquello de la crisis de los 40, pues, todo podría pasar. 

Pero bueno, esa es la edad a la que llego en estos tiempos en que cumplir años pareciera un privilegio mayúsculo. Y cumplir años con plena salud, muchísimo más. Si de por sí me consideraba una persona demasiado afortunada, ahora más, sobre todo conviviendo en un entorno bastante descuidado y con la muerte dando rondas cada vez más cercanas.

También creía de pequeño que tener cuarenta años era sinónimo de ya no ser joven. Pero sé, y veo, que para muchos sí es así. Les han llegado una serie de achaques propios de abuelos y un manojo de excusas frente a cualquier desvelo o vislumbre de borrachera, frente a cosas que dicen ya no estar en edad de hacer. Y en realidad no creo que mi juventud se deba sólo a mi look de jesucristo trasnochado sin cuerpo fit, porque más que la apariencia, me siento joven; a veces demasiado.

Y bien. Creo que mis manifestaciones artísticas recientes me pueden mostrar con mucha mayor precisión que lo que cualquier otra cosa podría, desde hace bastante poco tiempo. He escrito poemas y textos que puedo etiquetar de verdaderos sin enmascarar la palabra. Lo mismo ha pasado con los autorretratos que, siento que pedían salir y decir ciertas cosas que quizá sólo yo pueda ver con certeza. Y finalmente es lo único importante. Que yo pueda conocer a este tipo al que sé que todavía estoy lejos de amar como debería.

Y bueno. Feliz cumpleaños a mí. 


Dentro de un bote lleno de utopías
donde están enterrados varios sueños,
infantiles y torpes mis ensueños
mi tontera poblando fantasías,

la vergüenza por mis carroñerías
deseando que fueran de otros dueños,
tímidos y tortuosos mis empeños:
burdo catálogo de niñerías.

Ahí debí dejar mi gran quimera
los castillos de naipes que he creado
las mentiras que visto de verdades;

lo que ya me pudrió la primavera
mis fantasmas y todo lo que he odiado,
la sal que echa a perder mis realidades.

 


Me duele tanto el corazón que carga
odio, resentimiento, decepciones,
dudas, fracasos, peros, ambiciones,
todos los miedos que la noche alarga.

Es tan constante el hueco que me embarga
cuando me pido las cotizaciones
de lo que pronto muta en frustraciones,
que aunque no quiera, mi existencia amarga.

Mas uno se acostumbra a andar a medias
con todo el cuerpo pululando heridas
sin que la peste inmute nuestra mente.

Con gusto interpretamos las comedias
que en nada nos allanan el presente
y mucho más nos sirven como huidas.




Tú has visto lo que nadie más ha visto
mirado en los rincones de mi alma.
También has visto un cierto mar en calma,
  ni mi madre podría haberlo previsto.

Has visto los desplantes que resisto
paseando mi paciencia en una palma
y luego, siempre algún dolor se empalma
y en instantes me vuelvo el anticristo.

Mis luces y mis sombras se violentan
en un advenedizo claroscuro.
A veces puedo ser inteligente

o rencores sembrar que me atormentan
y de un tajo deshojan mi futuro:
  le pasa igual al resto de la gente.

miércoles, 10 de febrero de 2021

el dilema II

El concepto es sencillo: Cuando algo es gratis, el producto que se está vendiendo eres tú. 

Los dueños de los productos y servicios reciben una muy precisa descripción de cuáles son nuestros hábitos de consumo, de qué nos gusta y cómo; de cuáles son las cosas a las que podemos dedicar bastantes horas de nuestro día. He dicho que no tengo problema con ello. Por otra parte, es bueno tener conocimiento sobre cómo funcionan las cosas.

Pero el concepto nos lleva pronto a otro lugar donde al parecer una parte de los consumidores goza de una valiosa gratuidad. Los bares y su política en la que las mujeres no pagan para entrar, o todavía mejor, las mujeres pueden beber todo lo que gusten sin desembolsar un peso, dolar o euro. Y sí, en todos estos lugares el producto ofrecido son ellas.

Por ignorancia o estupidez, por cierta carencia de maldad quizá, no hubiera asociado tan macabra situación con esa extendida práctica. Pensaba que dado que las mujeres bebían mucho menos que los hombres, el asunto se nivelaba con lo que a nosotros se cobraba. También pensé en el asunto del ligue, por supuesto: si quieres entrar a probar suerte debes pagar.  Tal vez le agrades a alguien.

Pero o mi malicia es pobre o es estúpida, porque para mí la estimulación alcohólica sólo era un aliciente para alguien tímido como yo, con pocas habilidades de seducción y, al mismo tiempo, como el filtro suavizante que escombraba el camino que nos permitiría lograr el anhelado cometido, en una mujer medianamente alcoholizada también podría permear el deseo. No el motor de abuso y violación. Yo no podía ver otra cosa que sexo consentido, que el acuerdo mutuo entre dos personas que se agradan lo suficiente como para querer intimar de la forma en que lo decidan. 

Quizá intentar besar a la amiga de la que llevas años enamorado, sí, abusando de la fragilidad por su reciente ruptura, sí, aprovechando lo que el estado embriagante proporciona, sí, pero hasta ahí. Recibiendo su negativa o su venia, fundiéndote con ella en un abrazo larguísimo o huyendo desgarrado. 

Quizá el mundo cambió demasiado o las personas somos más mierda cada vez. Pero antes lo peor que podía pasar era que debido a tu intoxicación alcohólica todos tus amigos te hubieran visto en brazos de una persona sin aparente atractivo. No pasaba de cruda moral y ser motivo de broma entre tu gente. Y sólo eso.



 

sábado, 6 de febrero de 2021

el dilema

La verdad es que a mí me gusta el algoritmo de Youtube. Me ha mostrado algunas canciones que no conocía. De hecho, con "Noche sin luciernagas" incluso sentí que la plataforma de alguna manera podía saber cómo me sentía, y me proporcionaba un puñal para acicalarme la herida; igual también intuye ese no tan velado masoquismo mío. Cosas del diablo, diría alguna abuela. 

Un día decide ponerme discos completos de José José y otro alternarme las canciones que me gustan del Príncipe con otras que me gustan de otros intérpretes, a partir de la misma canción de inicio. A veces sólo en español, otras, alternándolas con temas en inglés.

En realidad, lo único molesto son los anuncios, pero como bien dice el documental "El dilema de las redes sociales", cuando algo es gratis, es porque el producto eres tú. Somos nosotros, que nos sentíamos tan especiales creyendo que teníamos tantas cosas fantásticas gratuitas. Cosa que tampoco me importa mucho porque rara vez peco de apocalíptico, y más de una vez he dejado de pulsar para eliminar el anuncio mirándolo completo. Hay bastantes buenos cursos en Doméstika.

El algoritmo no es tan brillante, tardó demasiado (en mi opinión) en darse cuenta que me importa una mierda que algún descerebrado haya hecho un documental de Maluma. Corrijo, oportunista, no descerebrado. Pero me sigue resultando repulsivo escuchar la voz del popular tipejo, y a veces cinco segundos parecen una eternidad.

Pero bueno, en realidad esperaba información más impactante del audiovisual en cuestión. Pero sí descubrí algunos aspectos interesantes sobre facebook. Aunque tampoco tendría que preocuparme demasiado, siendo que mi adicción a las redes ni siquiera vislumbra la de muchos otros. Sólo uso facebook y whatsapp, y prefiero esperar el autobús o en la fila con un libro en la mano. Mi hijo tampoco fue educado para estar pegado a un celular, pero es bueno tener conocimiento sobre ciertas cosas que se han vuelto triviales.

 



lunes, 1 de febrero de 2021

Quizás

Quizá la vida se trate de una búsqueda eterna. Una búsqueda continua, mientras estemos vivos. Aunque quién sabe si sí pudiera ser eterna, si es que luego de morir seguiremos preguntándonos cosas y cavilando sobre cualquier asunto que en ese momento se nos ocurra. ¿Remordimientos?: por qué morí tan joven, tan viejo, tan solo, tan dolorosamente; por qué hice, no hice, dije, no dije, y un larguísimo etcétera infinito.

Aunque sin querer ser petulante, creo que la mayoría de la gente no está interesada en buscar nada más que satisfactores inmediatos y cosas para poseer: una casa más grande, un carro más moderno, un teléfono más caro, ropa nueva y vanguardista, todos los gadgets de moda, una pareja más atractiva. Preocupados por ver antes que nadie la nueva serie de la que todos hablan. Y tan rodeados de estímulos, dónde cabría preguntarse alguna otra cosa.

Pero quizá no todo mundo se pueda reflejar en Horacio Oliveira y eso será un alivio para ellos. Hay gente que supo siemptre qué era lo que debía de hacer y así lo hizo. No todos somos idiotas buscándole el sentido a nuestra vida a los cuarenta años. Preguntándonos por qué no nos cuestionamos estas cosas a los veinte. Por qué no fuimos más prácticos y menos soñadores. ¿Cuál es el camino que deberíamos seguir?