miércoles, 24 de febrero de 2021

En realidad no sé muy bien cómo pasó. Pero de un día para otro pasé de ser tu buen amigo al posible padre de tu hijo. Pasé de ser tu confidente y amigo, tu incondicional apoyo en esos últimos días aciagos de un terrible año, a ser tu pareja, tu hombre, tu futuro, ese que te cuidó con todo su esmero mientras se deleitaba admirando tu perfecta desnudez y regodeándose cuando asumían que éramos marido y mujer. 

Creo que nunca había amanecido un catorce de febrero más feliz. Con la certeza del lado de la más feliz posibilidad. Creyendo haberte hecho feliz el día de tu cumpleaños, compartiéndote mi miedo y mi felicidad, mis deseos, mis sueños que se niegan a morir a pesar de andar entre despojos; a veces parecen tan hermanados con la esperanza.

Me preguntaste si te ayudaría a tener un bebé, y obvio, dije que sí. Y después de asimilar la fantástica ventura de poder volverte a tener en mis brazos y estar dentro de ti, de hacerte el amor, de mirarte mientras te amo. Tuve que dejar salir todos los sueños que jamás se fueron.

Me maravilla lo intacto de nuestro amor luego de más de cuatro años, parece que el tiempo lo solidificó en vez de empolvarlo. Bueno, yo lo adoré como se venera una milagrosa virgen, con malos versos llenos de dolor, con anhelantes canciones y alcohol, con mil recuerdos y mi necedad sobre nuestra indiscutible unión. Y obvio, tras reencontrarnos volví a soñar: seguíamos solteros y éramos tan felices juntos.

No tienes idea de lo feliz que soy, pero algo sabes.

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