martes, 29 de marzo de 2022

sin palabras

Generalmente en los velorios sólo puedo abrazar a la gente. Pese a mis esfuerzos, no me salen las palabras. Me quedo ahí, mirando al a veces devastado doliente sin poder decirle nada. Los abrazo. Y ha habido abrazos inmensos, que le dicen que ahí estoy, aunque sea para sostener su hombro y ver correr sus lágrimas. Para escuchar, que en estos tiempos parece demasiado. 

Y me parece ridículo repetir esas frases hechas, que en verdad me suenan vacías y que a mí no me dicen nada. Sólo es mi perspectiva, pero escucho a tantos repetir como robots: mi más sentido pésame. Será que de tanto oirlo se me ha desgastado.

Reflexionaba hace poco en torno al silencio pertinente y esperado, agradecido. Un silencio que no pregunta ni juzga ni cuestiona nada; que se limita a acompañar. Un silencio que pienso que ahora es mucho más difícil de encontrar. Y de dar, claro.

Aunque al último velorio que fui, el año pasado, el de una buena amiga de mi madre, en nombre de ella pero también por mí. Una señora muy dulce que siempre me trató muy bien, de alguna forma tuve las palabras para decirle algo a su esposo, también una buena persona. Poderle decir que lamentaba la partida de su esposa. Seguro consecuencia de la terapia.

 


 

jueves, 24 de marzo de 2022

alegre recuento

 

Nunca había tenido tantos libros nuevos. Aunque sería justo decir que cuando llegaron los últimos ya había leído el primero: Berta Isla. Que no era el primero que había pensado leer, sino Tomás Nevinson, también de Marías. Pero al mirar la contraportada y leer que Nevinson era el marido de Isla, y siendo que Javier Marías es uno de mis escritores favoritos –aunque tenía algunos años sin leerlo (tres quizá)–, sabía que Berta Isla era el nombre de ese otro libro suyo. Así que para poder leer a Tomás y disfrutarlo sin peros, debía antes leer a Berta, y claro, ir por el libro primero, que no llegó solo, sino con uno de Saramago (el segundo de mis escritores favoritos junto con Marías) para poder recibir un descuento de cien pesos por la compra previa del de Nevinson y los que lo acompañaron.

Ese primer libro, Tomás Nevinson, vino junto con otros cuatro como el regalo navideño de mi madre, que no pensaba regalarme libros, sino unos tenis, que le dije no necesitar. Claro que tampoco necesito libros en sentido estricto, pero es un lujo que en ese momento me podía patrocinar mi madre.

Como ya mencioné, llegó luego ese par de dos de mis favoritos (el otro es Gavrí Akhenazi), y todo el asunto de adquirir material de lectura parecía cerrado. Pero por mi cumpleaños Gil me regaló dos libros de Mario Vargas Llosa, entre ellos Conversación en La Catedral, libro que anhelaba leer pero que no había encontrado, y que pude leer ya.  

También por mi cumpleaños mi hermana me obsequió una tarjeta de regalo de esa misma librería. Y podía escoger otra cosa que no fueran libros pero libros fueron. Mi madre me dio dinero y dijo como para que no me queje de que no me conoce, como cuando olvida luego de más de cuarenta años que no me gusta la cebolla cruda, entre otras cosas; "para que te compres un libro". 

No es que sea demasiado obediente, pero tenía pendiente una visita a la librería para hacer válida mi tarjeta de regalo, así que fui tan pronto como pude. Hay hábitos consumistas que todavía me dominan. Aunque del dinero de mi madre sólo pensaba gastar la mitad en libros, y así había sido, hasta que estaba por pagarlos. Voltee a ver paquetes de libros por mera curiosidad y me encontré con un envuelto de seis libros de Xavier Velasco. Y por la misma lastimosa curiosidad, tomé el paquete y miré el precio, que debí mirar dos veces tras no creerlo la primera vez, y soltar una obscena exclamación de felicidad: $410.

No había leído cuatro de los seis libros de Xavier pero ya no llevaba dinero suficiente. Y mi paranoia me hizo pensar que si no regresaba al día siguiente alguien más se llevaría la grandiosa oferta, dejándome con un palmo de narices y tantos "si hubiera" en la cabeza, como tantas veces. Era tanta mi emoción paranóica que no había notado que podía obtener otro certificado de $100 de descuento por esta compra al volver al día siguiente. Lo noté a tiempo.

Sólo había que buscar algo barato para completar los $500 pesos de compra que piden como mínimo para descontarte los $100 de la compra anterior, y en la mesa de rebajas encontré dos ediciones baratas de Stevenson y Dostoyevski para completar mi compra. Me dispongo a pagar y el cajero me dice que no puedo hacer válido el descuento, pienso que al estar tan rebajados los libros de Velasco es imposible que me descuenten más, en mi cabeza lo acepto, no importa, me los llevo. En principio no comprendo cuando el chico de la caja dice que me hace falta llevar más libros porque para hacer válido el cupón debo comprar $500. 

Sigo sin entender, hasta que dice que el paquete de libros sólo cuesta $249. Supongo que mi cara mostraba una felicidad inmensa e incomprensible, y le digo que espere, que voy a buscar algo más para completar la compra, todavía con esa sensación de alegría extrema que a veces ante estos chispazos llega y nos sorprende. Salí con diez libros por poco más de $400 (unos 20 dolares). Demasiado feliz.

Supongo que tengo para unos tres años de lectura, no leo tan aprisa y la tercera parte del año el futbol americano secuestra mi atención tres noches a la semana. Y como casi todos los que disfrutamos leer también tengo algunos libros sin abrir que deben estar algo celosos.

viernes, 18 de marzo de 2022

 

 
Si de repente un día, me miraras atenta
"encontrarás la clave de todos mis silencios",
encontrarás un río que nunca se ha secado
por más que me he esforzado en dejarlo desierto.
 
Y si vieras ahora, después de tantos meses,
de tantas madrugadas masticando tu nombre,
que puedo ser aquello que anhelabas despierta
para enfrentar la vida sin miedos que te estorben.
 
Igual me ves y pienses: de la que me salvado,
este niño no crece ni parece que pase
que siente la cabeza, que madure que crezca,
que no sea sólo un tonto para pasar la tarde.
 
 
 
 
Me tuve que robar un verso de Morgana de Palacios. 
Hay veces que el fin sí justifica los medios. 

lunes, 14 de marzo de 2022

Apuntes sobre escribir VI

 


No hubiera imaginado a Bukowski escribiendo en computadora. Tampoco sé cómo hubiera sido mi proceso de escritura de haber tenido que enfrentarlo con una máquina de escribir, sin todas las bondades que me da, el mejor llamado Ordenador, para sacar eso que pienso y que creo que debo decir.

Imagino tener que lidiar con mi dislexia, y llego a pensar que muchas veces habría evaluado abandonar el asunto: son demasiadas las veces que debo corregir las palabras escritas al haberles cambiado el orden a dos o más letras. 

Y de adolescente usé bastante la máquina de escribir. De hecho en la casa había dos, no sé si porque mi madre fue secretaria o por otra razón. Recuerdo cómo contrastaban los apresurados sonidos provocados por ella con los que mis hermanos y yo le sacábamos a la pequeña máquina; el inacabable tartamudeo.

Bukowski parece encantado con lo fácil que resulta escribir en la computadora: sin tener que tachar, corrigiendo sin que quede evidencia de nuestro fallo, de nuestra idea sin rumbo, ni de lo mal hilado que estaba lo que ahora se ve presentable. Sin tener que reescribir lo que ya se ha corregido, tecleando con el simple toque de los dedos.

Y pienso también en todos los lloriqueos referentes al enfrentamiento con la hoja en blanco, pero una hoja en blanco en un procesador de texto que nos mima y consiente, con todas las facilidades que da para poder escribir. Los imagino fente a una dura máquina y no puedo evitar sonreír.

miércoles, 9 de marzo de 2022

versos estancados

Hace meses que no escribo un poema. Los que he subido a facebook ultimamente son de meses o años atrás, aunque siempre hay muchos que no los han leído. 

Tengo la libreta con bastantes páginas en las que se supone que está escrito el inicio de unos versos, o quizá no el inicio; pero están guardadas unas letras que en un momento me dijeron algo. Aunque no me han dicho nada más, hasta ahora. 

Frases que me llegaron o que tomé de algún lado, a veces leyendo, una frase me dice que quizá puedo hacer mucho más con ella.

Hasta ahora siguen empolvándose en la libreta. No ha habido ganas, ni inspiración, ni instinto ni inventiva. Nada que me haga armonizar versos y construir un poema, que quizá quedara lindo.




viernes, 4 de marzo de 2022

mundo de tontos

Dice un refrán muy popular que los males de muchos son el consuelo de los tontos. Así parece ser. Debo ser un tonto para creer que no estoy mal o incluso que estoy bien, ya que muchos hacen lo mismo que yo o cojean del mismo pie.

Alguna vez, en una de esas primeras sesiones de psicoterapia arguí que lo que hacía era algo que todos hacían. Lo entendí pronto: y a ti qué te importa lo que hagan los demás. Para qué carajo te sirve.

Pero la cultura de la mediocridad en la que estamos metidos nos quiere hacer creer que es así. Todos somos especiales sin importar lo que hemos hecho, ni lo que pensamos, ni los hábitos que tenemos. Y rezan tantísimos memes que te mereces todo (un amor sincero, desinteresado, entregado y bastantes cosas más, entre otras cosas) sólo por el simple hecho de existir. Ya lo dijo el Síndrome de Brad Bird: si todos son supers, nadie lo es.

Pero este mundo mediocre parece esmerarse en decir lo contrario: todos son especiales, así sin más. Como he dicho ya, por el simple hecho de existir. Te mereces todo, no te conformes con menos, aunque no hayas hecho nada para merecerlo.

La gente presume incluso poseer los peores hábitos. No me duermo a una hora adecuada porque paso muchas horas de la noche pegado al celular. No tengo dinero porque vivo endeudado comprando todas las cosas que creo que debo comprar para intentar impresionar a los demás. Esperaba hacer algo en vacaciones pero me pasé todas las horas viendo series, bobeando en redes sociales, desvelándome y levantándome tardísimo.

Y parece que lo presumieran como si de un hecho extraordinario se tratara, como si los hiciera sentir orgullosos. No es orgullo, parece. Sólo levantan la mano para decir que ellos también hacen eso que tantos otros hacen. Y si todos lo hacemos, no podemos estar mal. O en realidad, no me siento tan mal por hacer o no hacer todo lo que hago, hay millones que hacen las mismas cosas. 

Total, luego todos compartiremos también aquel video en que un merolico dice que todos podemos hacer cualquier cosa si nos lo proponemos. Es tan simple como eso.