martes, 8 de noviembre de 2016

Prejuicios



Sigo asociando la masturbación con algo negativo, con algo sucio sería más pertinente decir. De la misma forma en que no puedo ver una falda corta sin asociar a su portadora con una mujer fácil, medio putona diríamos con los cuates. Está alojada en alguna parte de mi cerebro esa pequeña e incómoda cláusula puritana que no he podido extirpar, así me sienta orgulloso de mantener la mente abierta. Tengo mis prejuicios. Supongo que todos los tenemos.
No puedo masturbarme pensando en ella. Me gusta demasiado. Ya superó por mucho el gustarme. Se instaló en mi mente y me ha enamorado, u obsesionado. Para el caso es lo mismo. La pienso en una imagen de perfección irreal. No creo que puedas masturbarte con la imagen de la chica de la que te has enamorado. Yo al menos no puedo, pero tampoco lo he intentado. No sé si otros lo harán. Ella, ellas, con las que sueño, a las que quisiera junto a mí, con ellas no puedo imaginarme poseyéndolas mientras me masturbo. Lo que siento es algo parecido al amor, y eso, creo que es más puro y excluye la masturbación.
La idealización que he hecho de su persona no me permite usarla en mi repertorio de amantes imaginarias. Ni con esas hermosas nalgas que tiene. Sí las he mirado, sí las he admirado, sí he deseado tocarlas y sentirlas, y besarla mientras las tomo entre mis manos, apretándolas suavemente; pero no puedo poseerla en mis rituales onanistas.
Al parecer todo lo aprendido de niño permeó profundo en mí. Porque me fascinó verle las piernas en esa falda, con esos tacones; de la misma forma en que me encanta que lo hagan las demás, que aderecen bellamente los días con esos sublimes bocados de belleza. Pero una punzada constante me jode también. “Una falda tan pequeña no la usa un chica de bien, una mujer educada y con clase. Eso es digno de una mujerzuela que algo andará buscando”.
¿Cuántas veces habré escuchado la puritana cantaleta mientras crecía?


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