lunes, 13 de marzo de 2017

de las pequeñas emociones de mi vida



Dice Luis Ernesto Álvarez, el narrador principal para Latinoamérica de ESPN que ningún deporte provee de toda la emoción que brinda un juego de beisbol. Creo firmemente que tiene la boca retacada de razón.

Es obvio que hay juegos malos y aburridos, marcadores abultados que matan el interés y juegos carentes de casi toda emoción, pero en el otro extremo hay partidos más emocionantes que la mejor película del director del momento.

Iba a escribir sobre este postulado hace unos meses, justo después de terminar la Serie mundial tras ese emocionantísimo juego siete, pero por alguna distracción se me quedó en el cajón del para después. Lo hago ahora en referencia a otro conmocionante partido en el que el equipo mexicano, en un juego de casi cinco horas, eliminó al favorito Venezuela y siguió con vida en el Mundial de beisbol. Hoy se juegan el boleto contra Italia e irían por una sabrosa revancha.

Cinco horas de alegrías, preocupaciones y frustración, alternadas estratégicamente para que el corazón no se nos quede tranquilo ni en los cortes a comerciales. La alegría de ir ganando 5-0, luego 8-1 y más tarde 11-6, en un juego que acabó 11-9 y en el que los venezolanos no necesitaban ganar sólo hacer una carrera más para calificarse directo y eliminar a los anfitriones.

Y sé que el beisbol no es para todos, –tiene tantas reglas como emociones guardadas– como tampoco las cartas lo son, las que se juegan, aunque también las que se leen. Lo disfruto porque soy de esos individuos que se puede pasar otras cinco horas sentado jugando al dominó y las damas chinas sin respingar (en un día distinto), claro está, que siempre que tenga un trago o una cerveza a la mano. Qué le hacemos.

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