miércoles, 13 de julio de 2022

¡Sí se puede!

Me parece que fue el mítico cierre de un juego de beisbol de la final del Campeonato mundial de Ligas pequeñas del año 1998, el que vio como ese anhelante grito presagiaba la espectacular voltereta que dejó campeón al equipo mexicano. Esos empecinados padres que no dejaron de corear y de apoyar, porque el beisbol posibilita eso, la remontada de las carreras que sean en el momento que sea, y ya lo dice aquel viejo adagio que los aficionados al rey de los deportes hemos comprobado bastantes veces: las grandes tragedias se escriben con dos outs. Sí, cuando pareciera que el fin y la victoria están a un sólo paso, a un sólo strike muchas veces.

El partido se transmitió por televisión abierta, y mi hermano y yo fuimos testigos de la hazaña de los chicos de Monterrey, con el telón de fondo del que se convertiría meses después en canto de batalla para la selección de futbol de México. 

Pero supongo que la mayoría de la multitud que coreó la anhelante afirmación por vez primera en un partido en el que México perdía, en el Mundial de ese mismo 98, escuchó el grito en otra voltereta espectacular (atribuyendo poderes mágicos al deseoso cántico) en el estadio Nemesio Diez de aquí de Toluca, cuando el 10 de mayo, los Diablos se levantaron de un 4 - 1 global, para quedar campeones después de más de veinte años y coronar una temporada que desquició la ciudad y encumbró a Cardozo como el gran ídolo que es.

De alguna forma en el partido de vuelta, con un 1 - 2  en contra, perdíamos 2 - 0 en el minuto dos, y parecía que la gran temporada se convertiría en otra desilución para esta ciudad que por fin podía ser feliz gracias a su equipo de futbol, precisamente un día de la madre. Y entonces en la grada se comenzó a expandir poco a poco ese grito que había empujado a los niños pocas semanas antes para ser campeones: ¡Sí-se-puede! ¡Sí-se-puede! ¡Sí-se-puede! Y tras la voz de ataque de Taboada, el milagro se construyó con el grito como mantra.

Y tras aparecer también en Francia en aquel mundial, en el que tal vez estuvimos más cerca que nunca de lograr la hazaña, se volvió parte de la grada. 

 

Aunque no sé, a mí el grito en ese contexto futbolero me suena a complejo de inferioridad. Nos sentimos menos, pero hay que intentar creer que aún así es posible ganar un partido y salirnos de aquel jugamos como nunca y perdimos como siempre.

 



Y hace pocos días, escucho a las gradas de Madrid alentar a Nadal con ese, para mí patético: ¡sí se puede! Qué cosas.

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