Me gusta ir al cine. Es uno de los pequeños grandes placeres de mi vida. Es algo que podría hacer todos los días. Bueno, siempre que hubiera películas “buenas”, películas que me den ganas de ver. Y no hablo solamente de películas que hayan ganado premios o que estén consideradas como “cine de arte”. Me caga cuando cierta gente se ufana de sólo ver cine de arte, la que presume que no ve cine de Hollywood, porque todo es malo, comercial, superficial y reciclado. Y estoy consiente de que es así en la mayoría de las ocasiones, de que las carteleras están atestadas de películas malas, chafas y repetidas, que no proponen nada y que creen que por tener al actor de moda debe uno ir a verlas. Pero también he atestiguado que de entre esta marea cinematográfica que semana a semana nos invita a ver sus historias, también hay películas rescatables y con buenos argumentos, dignas de nuestro tiempo y de nuestra atención.
Disfruto mucho ver una película que me atrape, que me tenga
tenso sin mover un solo músculo; una película que me haga reír, olvidarme de
todo; una película que me deje pensando, que me haga reflexionar, por ejemplo,
sobre lo idiotas que somos los seres humanos, sobre lo patética de nuestra
condición humana. Disfruto mucho ver una película que me emocione o que me
conmueva hasta las lágrimas; supongo que el cine o en su defecto mi cuarto o el
de alguien mas, es el lugar donde más lloro, sólo de un ojo por cierto. Mi ojo
izquierdo, mi ojo llorón. Es maravilloso encontrarme con una película novedosa,
que me rete, que me haga pensar, que me sorprenda; que me haga salir de la sala
de cine con una sonrisa en la cara, y una felicidad difícil de explicar. Tal
satisfacción no es tan frecuente, así que cuando llega se disfruta mucho. Y
creo que ésta es aún mayor cuando la sorpresa proviene de una película de la
cual no tenías conocimiento alguno. Algo que no sabías que existía y que te ha
dejado maravillado. Por citar 3 ejemplos, esto me pasó con: Réquiem por un
sueño, Ameliè y Old boy. Historias
fascinantes, con personajes increíbles, banda sonora sublime, montaje
contundente, todo perfectamente en su lugar, todo preciso. Un viaje fantástico
e inesperado. Una experiencia.
Como me gusta mucho ir al cine, no entiendo algunas actitudes
de gente que va al cine. No de todos por supuesto, pero si de un buen
porcentaje. En general son personas que no asisten al cine con mucha frecuencia,
razón que me hace suponer que ir al cine es una actividad especial en la semana
o en el mes. Así que no puedo concebir el hecho de que lleguen al cine sin
saber qué películas se ofrecen o los horarios de éstas, sin una mínima idea de
qué se está exhibiendo. No puedo entender que su elección se base, por lo
general, en la proyección con el horario más próximo. Que lleguen al complejo
cinematográfico sin pizca de información, como quien saliera a caminar sin
rumbo, limitándose a seguir sus pasos con destino desconocido. No puedo
comprender tampoco que la gente entre a su función ya empezada, que entren a la
sala incluso después de 20 minutos de que la película comenzó. Eso sí, con su
buena charola llena de golosinas.
Creo, y tal vez esta es una postura muy mamona de mi parte,
que uno debe ir al cine sabiendo a qué va. Si voy a ver una comedia espero reír,
una buena historia, divertida. Si voy a ver una película de superhéroes, sé de
antemano sobré qué ira la cosa. Espero ansioso que llegue a las salas la nueva
película de Wes Anderson, de Christofer Nolan, de Tarantino, de Park Chan Wook,
de Darren Aronofsky, de Rodrigo Plá, entre otros varios cineastas que esperas que te sorprendan, que te seduzcan,
que te alteren los sentidos por el tiempo que dure la proyección. Y eso es lo
que esperas, lo que quieres. La cosa es que a veces pasa lo inverso a cuando
algo desconocido te impacta. La decepción ante algo que no fue lo que
esperabas, lo que te hicieron creer, o lo que tú mismo pensaste sobre la nueva
cinta de tu admirado cineasta.
Y aunque el cine es una experiencia colectiva por definición,
disfruto mucho de las salas vacías o con muy pocos espectadores. El espacio
ideal para disfrutar este gran placer; tiempo y espacio sincronizados de la mejor
manera. Sin tener que soportar a ningún desubicado extraño, que no tiene la
menor idea de cómo se debe de comportar una persona dentro de una sala de cine.
Gente que no respeta el espacio de los demás. Que sin mas, patea tu asiento,
sin la menor culpa, como si eso fuera algo normal, y unos minutos después lo
vuelve a hacer el desgraciado. Gente que se pone a platicar como si estuviera
en un café o una banqueta, a veces sin siquiera modular su voz. Personas que
contestan el teléfono, de la misma manera: totalmente cínicas, que se están
mensajeando y revisando su Facebook y no sé cuantas estupideces mas. Una sarta
de maleducados que no piensan un sólo segundo en si incomodan a los demás, que
no reparan en que se encuentran en un espacio público y no en la sala de su
casa. Que no se imaginan que hay personas que van a ver una película, y que eso
hacen, únicamente eso. También me ha tocado compartir sala con irresponsables
que llevan bebés de brazos a la función. Si tienes un bebé y no hay alguien que
lo pueda cuidar: No vas al cine, así de simple.
Con todo y todo, cómo me gusta ir al cine.
Sabes Gildardo, a mí también me gusta mucho ir al cine pero sucede que vivo en una ciudad turística y costera del sur de la Provincia de Buenos Aires (Argentina) y solo hay cines abiertos en los meses del verano. Aunque a mi no me van a dejar con las ganas de ver cine del que a mí me gusta, no digo buen cine porque lo que es bueno para mí quizás no lo sea para otros y respeto eso, entonces me siento frente a la compu y busco, busco hasta que encuentro y ya tengo una lista bastante interesante. Si quieres la puedo compartir contigo.Cordiales saludos Martarosa
ResponderEliminarHola Martarosa, gracias por tu comentario. Compárteme eso por favor. Te iba a comentar precisamente eso, que gracias al internet ahora es más fácil encontrar eso que queremos ver. Un abrazo.
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