martes, 19 de agosto de 2014

Vistiendo de traje a través de los años.


El primer texto, es un cuento que escribí en 2002, hace casi 12 años. Me animé, después de mucho pensarlo, venciendo mis fantasmas, a inscribirlo en el concurso de cuento de la escuela. Para mi sorpresa gané el primer lugar en cuento corto, cosa que me dio mucho gusto. Lo transcribí ahora, porque apenas encontré una copia con anotaciones de una amiga. Dejé el texto del cuento tal como fue escrito, sólo le cambié puntuación, que creo que sí le fallaba un poco.

El segundo texto lo escribí hace como dos años, nada más porque me dieron ganas de hacerlo. Fue la tercer entrada que publiqué en el blog, como tenía como dos seguidores, casi no fue leído.

Los posteo ahora juntos, porque a pesar de la distancia, van de la mano. Ahí están mis obsesiones y lugares comunes. Espero que les gusten.


Yo y el saco

El encuentro era inevitable. Ninguno de los dos deseaba hacer lo que por obligación social, coercionada por llanto clamando justicia elemental, teníamos sin remedio que llevar a cabo. Esa reticencia mía: evidenciada en mi mirada y un no sé qué en mi boca, que no estaba de acuerdo; un extraño entre fruncido y jalado del labio superior sobre su contraparte.

Aunque el color azul siempre me gustó, de hecho es de mis preferidos, y debía reconocer que no me veía mal en ese estilo convencional, prolongaba, dando vueltas en mi habitación, el momento en que los grilletes de las mangas caerían sobre mí, las hombreras pincharían mi espalda sin cesar y mi cuello perdería su libertad. El parecido entre la corbata y la horca no escapaba a mis cavilaciones, inútiles al fin y al cabo, porque ya había aceptado de palabra, conciencia de por medio.

El alarido violento de mi madre apresuró mi accionar y mutiló mis rodeos. Rápido, una manga, la otra, el nudo en la corbata o el intento de él, listo, eres todo un caballero. Pares de escaleras en picada, estoy afuera, listo. Mis papás dicen que me veo bien, listo; aunque viniendo de ellos eso es más subjetivo que un dogma de fe, pero no importa, estoy listo para mi incursión en sociedad.

Pasó sin contratiempo la monotonía de la misa. El largo y redundante sermón del padre que te hacía soñar con un futuro maravilloso para los ahora esposos; seguro les decía lo mismo a todas las parejas. Porque, cuántos discursos nupciales podía tener en su repertorio, palabras más, palabras menos, da igual. Los anillos y las utópicas declaraciones de amor incondicional. Todo en orden, nadie tuvo motivos para interrumpir el enlace. Los novios ahora era más felices, o debían serlo. Los aplausos. Las fotos. Los abrazos. Las sonrisas falsas y sinceras mezcladas en una amalgama feliz. Qué bello era todo.

Los padres de la feliz pareja no escatimaron en gastos, el salón y los adornos eran fastuosos o intentaban serlo. Porque siempre entre el intento del buen gusto y las propias manías, se cuela algún rasgo de naquez. Por qué la gente se empeñará en querer realizar la boda perfecta; al fin y al cabo se olvida, así sea la mejor o la más risible, la gente siempre encuentra pelos en la sopa. Nada es totalmente bello, nada es suficientemente bueno para el ser humano, siempre voraz, nunca satisfecho; demasiado hábil para hallar desperfectos ajenos (parte de esa segunda piel de la que nadie puede despojarse: el egoísmo).

Momentos antes de que los meseros empezaran a servir la sopa, después de haber bailado ridículamente para “deleite” de los presentes, intenté quitarme el saco, las mangas de camisa son bastante más funcionales y cómodas. Las manos en las solapas y arqueando los hombros hacia atrás, al mismo tiempo que las manos tratan de desprenderse del estorbo.

Extrañamente, vuelvo a la posición de inicio. Nada cambió. Mis manos siguen a la altura de mis hombros, qué pasa, vuelvo a intentar, no puedo, como cuando estás bastante adolorido por ejercicio tras un largo intervalo de tiempo sin hacerlo, y tu cuerpo no te obedece o no te puede obedecer. La repetición del intento del movimiento es inútil. ¡No me puedo quitar el saco! No pido ayuda, creo que puedo resolverlo solo. Siempre creemos eso. Es más la turbación que me provoca no poder quitarme el pinche saco. A ver, esto no está pasando, ahorita me lo voy a poder quitar.

Comienzo a sudar. Hace calor con tanta gente y el esfuerzo que hago no es pequeño. Siento las saladas gotas resbalando lentamente por mi frente. Me desespero. Es estúpido que esto pase. Será un sueño. No manches. Intento calmarme. Lo vuelvo a intentar con el mismo resultado que estalla mis nervios. Estoy desesperado. Estoy más que desesperado. Mi madre nota mi turbación, pero antes de que termine su pregunta sobre mi estado, la interrumpo diciendo que no es nada, que estoy bien, ¡no me pasa nada mamá!: la salida fácil de todos los días.

Será que alguien puso pegamento en el saco o en mi camisa. No creo, qué tontería, uno siempre inventa razones tontas cuando no encuentra explicaciones a sus problemas, desde que el ser humano es ser humano, o intenta serlo. Vuelvo a recorrer mentalmente todo mi itinerario previo, una y otra vez, ¿hice algo raro?¿será que maldije demasiado al ponérmelo y esto es un castigo divino? Una vez más la muestra de lo pequeño que soy: ante lo inexplicable, las respuestas fantásticas son las mejores, por lo menos te distraen.

¡No puedo quitarme el saco! ¿Por qué? ¿Qué tienes hijo, estás preocupado? No… no tienes nada… si tienes algo… tienes una cara que no te aguantas. Ya, dime que tienes. Quítate el saco, que no tienes calor, hasta estás sudando. Qué, qué gracioso mi amor, jjajajaja, que raro que bromees estando tan molesto. Ya, ya estuvo bien, no lo dices en serio, yaaaa, deja de jugar. ¿Estás seguro?

Ya la mitad de la concurrencia está enterada de mis infortunios. Todos me observan, y en sus caras veo algo que no lástima ni empatía, una mezcla entre incredulidad y desprecio. Pobre tipo, por algo pasan las cosas. Bueno, en realidad no me importa mucho lo que piensan esas gordas señoras o esos tipos envaselinados, pero aun así es muy incomoda la forma como no dejan de mirarme. La fiesta transcurre feliz para todos, tienen una diversión extra sin costo.

Ya no trato de quitarme el saco. Una especie de pesimismo con respecto a este bochornoso asunto me oprime. No me dan ánimos de intentarlo otra vez. Tal vez mañana me lo pueda quitar sin problema. Tal vez mañana ya nadie lo recuerde. Aunque si lo pienso bien, ya me estoy acostumbrando al saco.


Me choca usar trajes

Me choca usar trajes. Sería una gran mentira decir que siempre me ha chocado, porque a cierta edad, 16 o 17 años, el uso de un traje en una fiesta, era símbolo, al menos para mí, de estar a punto de alcanzar la tan entonces añorada adultez. Una estupidez, por cierto. Pero solamente una de tantas por venir. Pero bueno, estaba yo señalando que me resulta insoportable ponerme un traje. Y mucho más, si aparte hay que usar corbata. Eso es el acabose. Al ya mencionado martirio del trajecito, agregarle el estar con el cuello aprisionado, no es lo más cómodo que puede uno vestir, al menos desde mi punto de vista. 

Pero, dirán los que me conocen, que es lo más lógico para un fodongo de mi categoría: que no me gusten los trajes. Eso no lo voy a negar. Aunque más bien mi argumento girará en torno a lo monótonos y uniformes que resultan los mentados trajecitos. Me explico: siempre es el mismo modelito; no importa si trabajas en un banco, si eres vendedor u oficinista; si vas a una boda, quince años o bautizo; si eres el jefe de meseros, o el que echa las lucesitas afuera del table; el gerente del cine, diputado, senador o otro tipo de político. En todos los casos se usa el mismo traje. Siempre el mismo modelo. Todos iguales: pantalón, camisa, saco y corbata; a veces chaleco,  pero de lejos no se nota casi. Claro que el precio de los trajes de los susodichos personajes no es el mismo. El traje que debe comprar el acomedido y a veces molesto vendedor de Liverpool, no cuesta ni la cuarta parte del traje del diputado, que hasta a la medida puede estar hecho. Eso está claro. Pero de lejos, los dos se ven iguales. Eso que ni qué.

Qué de diferente puede sentir el gerente del banco al vestirse para una fiesta el sábado. Si de lunes a viernes también se puso traje. O será acaso que tiene sus trajes de diario y sus trajes de fiesta, más bonitos éstos últimos. Será posible eso. Yo lo dudo, pero quien sabe, tendré que preguntar al respecto.

Pero el caso es, que a comparación de las mujeres, los hombres estamos condenados a usar siempre el mismo atuendo. Puede variar el color, pero eso es todo, y de hecho no mucho, porque entre los trajes elegantes, aparte de negro y azul marino, no hay mucho hacia adonde hacerse.


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