No recuerdo si se lo escuché decir a alguien o si lo leí por algún
lado, así de atrofiada está ya mi memoria, aunque como dijera el personaje de
una película mexicana (Vivir mata) que recuerda un número de teléfono mencionado horas atrás: los
genios nomás nos acordamos de puras pendejadas. Ja, no es el caso. Quizá es que
ahora yo lo estoy armando con las referencias que he adquirido pero trato de
darle algo de peso al argumento, quién sabe. Bueno, la idea era que el estado
de enamoramiento es un estado de mentira, no de irrealidad, sino de mentir:
en+amor+ miento.
Dejando de lado cualquier razonamiento sobre el amor, acerca de lo
que es (o no es) o de si es que existe (hay más amargados que lo afirman). Digamos
que uno cree que siente amor, uno se siente enamorado, aunque la mayoría de las
veces estamos sólo obsesionados con la forma de ser de una chica (o chico) que
nos parece mil veces más linda de lo que es, porque la soledad ha alterado nuestra
percepción.
La cosa es que en ese estado de amor mentimos, y no sólo nos
mentimos sobre lo perfecta que es esta persona y sus increíbles rarezas antes
de que muten en “putas manías”. También le mentimos a ella, porque frente a la
casi perfección de su persona está el saco lleno de defectos que sabemos que
somos, porque a nosotros, en mayor o menos medida sí nos conocemos. Y durante
el proceso de seducción, con más o menos capas de maquillaje, sólo le mostramos
la cara más amable o esforzadamente fingida que podemos. ¡Qué casualidad que a
nosotros también nos encantan los Smiths!, sólo tomamos mezcal y le vamos a los
Vikingos de Minesota (igual que ella). Hasta negaremos nuestro querido porno
con más vehemencia que Pedro en esa noche fatal.
Pero creo que aun si uno es consciente de que para que pueda florecer
un amor verdadero (en el sentido de que esté basado en hechos y no en mentiras
y sueños) se debe empezar por ser sincero –al menos sobre cosas básicas de
nuestra persona– no se puede ser sincero sobre todo.
Porque ninguno dice: Que sí, que soy un celoso enfermizo que ha
llegado a tal o cual extremo; que la verdad es que me cuesta mantener el pito
dentro de los pantalones y a todas mis parejas les he pintado cuernos. Por más galante
que le pareciéramos saldría corriendo. Nadie valoraría ese grado de sinceridad. O que una chica de maravillosa sonrisa nos
suelte que mientras averigua si es que somos lo que espera que seamos o si
puede llegar a amarnos nos tratará dependiendo de cuánto le demos. No pues no: maldita interesada.
Luego está esa otra película mexicana con aquello del Prometer, prometer y prometer; y ya después
de haber metido, olvidar lo prometido. Y olvidar a la persona. Una más a la
lista del Donjuán, una menos en la lista telefónica. Y ahora es tan fácil.
Bloquear su número de todas las aplicaciones en las que antes le contabas sobre
lo especial que era y lo afortunado que te sentías de conocerla.
Cosas de los tiempos modernos, más nuestras mentiras de siempre.
Querido Gildo, no solo en el amor nos mostramos a medias, quizás allí omitimos más, pero en todas las relaciones, de amistad, familiares, de trabajo nos ponemos la mejor careta, de las múltiples que nos conforman, para ser aceptados y queridos.
ResponderEliminarEs el modo que se ha ido transmitiendo desde tiempos inmemoriales cómo relacionarse, cómo seducir.
Un enorme abrazo y beeeeso.
Tienes razón Mire querida, sacamos la máscara más pertinente dependiendo de lo que queremos.
EliminarResulta que mi amigo Diego, aquel que me cambió la plantilla del blog cambió también el perfil en el blog. Porque los primeros comentarios si están todavía.
Te mando un gran abrazo.
Beeeesos.
Me ha encantado lo de en+amor+miento, jajaja.
ResponderEliminarAl margen de que haya quien, a sabiendas, miente descaradamente (vaya escenario: dos mentirosos mintiéndose a la vez), siempre he visto al enamoramiento "normal" como una enfermedad de la que, con el tiempo, uno llega a recuperarse. Y al igual que tras la muerte de un ser querido se entra en varias etapas de duelo, en el amor pasa algo parecido. En su primera etapa, la fase aguda de la enfermedad, uno es ciego y sordo, y solo ve y oye lo que le interesa. A medida que pasa el tiempo, la venda cae y entonces es cuando se empieza a percibir esos "pequeños" defectos que todos tenemos y que incluso nos resultan simpáticos, esas manías tan graciosas, para acabar viendo la cruda realidad. Lo malo es que, al llegar a ese estado de lucidez, uno puede llevar conviviendo con esa persona varios años y la ruptura puede resultar entonces muy traumática. Pero también los hay que se vuelven inmunes y ya lo aguantan todo, jajaja.
Un abrazo.
Yo pienso que hay más de los que nos imaginamos que mienten descaradamente, pero quien sabe.
EliminarY también es muy cierto eso de que a veces ha pasado ya bastante tiempo cuando descubres la cruda realidad.
Abrazos amigo.