Hace algunos años, algunos individuos en un principio,
después bastantes más, se comenzaron a colocar pulseritas color amarillo en sus
muñecas, que dizque para apoyar la lucha contra el cáncer, impulsada por el
antes amado Lance Armstrong. Cómo generalmente pasa, el uso de la dichosa
pulserita, se “puso de moda”. A la mayoría de la gente le importaba un carajo
el cáncer, el chiste era estar “in”, a la vanguardia consumista.
Una compañera de la escuela se quejaba amargamente, de que
ella ya no usaba su pulserita, ya que ahora cualquiera la traía puesta, y ella,
obviamente (jajajajaja), no era de esa gente
borrega del montón, ella era especial, siempre en tendencia. Así que
decidió quitársela, ya que ahora cualquier taxista o albañil portaba una
también. Y lo peor, continuaba con su queja, es que ni siquiera saben el por
qué de la pulsera. Ella tampoco, de lo contrario, tampoco se la hubiera
quitado.
El fin de la pulsera, era, apoyar la lucha contra el cáncer.
No “farolear”. Pero, en este mundo, para una inmensa mayoría, el primer fin es
farolear, presumir, sentirse original y especial; a costa de lo que sea. Ahora “la
moda” es tomarse una foto (selfie), con la leyenda: devuelvan a nuestras niñas, o si eres varón: los verdaderos hombres no compran niñas. En inglés de preferencia,
por aquello del estatus. O compartir alguna de las hermosas pancartas alusivas
al “evento”.
Dejo aquí la Canción en
harapos del buen Silvio, que ilustra lo que es nuestra sociedad, en su gran mayoría.
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