Me gusta leer. Aunque no siempre fue así. Recuerdo bien a mi madre hablándome sobre todas las bondades de los libros, pero yo no le hacía mucho caso. Y sí leí algunos libros con bastante agrado cuando era niño; recuerdo bien Charlie y la fábrica de chocolate y La maravillosa medicina de Jorge, que incluso recomendé entusiastamente a un amigo, en cuarto de primaria. Ambos, libros del “Rincón de lectura”. Pero en general, no fui un niño ni un adolescente lector.
Ya en la preparatoria, tuve una buena maestra de literatura.
Una joven muy entusiasta, que batallaba con el grupo de 50 adolescentes flojos,
más preocupados por otras cosas. Con ella descubrí a Benedetti y a Sabines y
leí sorprendido El extranjero y Carta al padre.
Hay una anécdota divertida de la escuela preparatoria, en la
clase de Taller de lectura y redacción II. El profesor nos aplicó una especie
de examen de conocimientos generales de lectura, donde nos preguntaba cosas
como el nombre del caballo del Quijote,
o quien había escrito El llano en llamas.
A pesar de no haber leído esos libros yo conocía las respuestas, ya que son
conocimientos de cultura general, por lo que fui quien más aciertos tuvo. La
sorpresa y molestia del profesor vino, cuando sin pudor, le confesé que yo no
leía, que sí sabía las respuestas, pero que no acostumbraba leer. Caso
contrario de quien menos aciertos tuvo, un compañero que se declaró fan de
Allan Poe. Años después sabría yo el por qué.
El primer libro que leí (bueno, sin contar los cuentos
infantiles de Walt Disney que nos leían desde pequeños y que releímos un sinfín
de veces, que después le leí a Gil) fue El
don de la estrella de Og Mandino. Mi madre me lo dio, me dijo que me
gustaría. Recuerdo haberlo leído con agrado.
Soy un lector muy lento. Muchas veces releo párrafos
importantes, como para volver a saborear lo que acabo de leer, para regodearme,
no sé. Pero también a veces releo algo 3 o 4 o 5 veces, parte de mi condición
de obsesivocompulsivo, que me obliga a repetir ciertas cosas, como cuando checo
y “recheco” si he cerrado el coche o si traigo las llaves. También me distraigo
muy fácilmente. Soy muy disperso.
Como diría mi amigo David Martínez, “el manitas”: “me puse
perverso y leí a Harry Potter”. Libros que disfruté muchísimo. De hecho, la
ocasión en que me he desvelado más con un libro, fue con La orden del fénix. Lo pude dejar hasta las 5 de la mañana. Un
capítulo tras otro me habían tomado de rehén. Me parece una historia fantástica
la del mago de la cicatriz.
Pero creo que el gusto por los libros, se ha vuelto elitista.
Esa presunción de algunos de sentir que porque leen son mejores que los demás,
que los que no leen. Ese sentimiento de alardear que eres un ávido lector, que
vive muchas vidas y visita muchos mundos. Que no eres un incivilizado
analfabeta.
Pero creo que si todos fuéramos lectores, nadie tendría
motivos para presumirlo y gritarlo.
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