Yo no le veo ningún problema a celebrar el
Halloween. Que hasta donde sé, lo único que se hace es disfrazarse, para ir a
una fiesta de disfraces: a una fiesta de Halloween. En gringolandia, los niños
se disfrazan para ir de casa en casa a pedir dulces.
La cosa es que aquí en este “tan
tradicional” país, hay muchísima gente que “protesta enérgicamente” (así como
jelipillo Calderón), alegando que debemos promover y transmitir nuestras
tradiciones, en vez de andar haciendo cosas provenientes de otras latitudes;
muchísimo peor, si los dueños de tales costumbres son los mentados gringos: tan
amados y odiados por igual.
Pero el asunto es muy sencillo, al menos
lo es para mí. El hecho de que permita que mi hijo vaya disfrazado a su escuela
y que en la noche me vista de algún personaje para ir a una pachangona (alguna
vez fui Jesucristo, había que aprovechar el pelo y la barba), no tiene nada,
pero absolutamente nada que ver con el hecho de que yo siga las tradiciones de
mi patria: que asista al portal de Toluca a ver, admirar y comprar calaveras de
dulce, que asista al festival del alfeñique, que escriba calaveras literarias
con mi gente y que ayude a mi hijo a escribir la que le han pedido en la
escuela. Y que de igual manera honre a mis muertos: poniendo una ofrenda en mi
casa con las cosas que a ellos les gustaban o llevando flores al panteón (las
veces que he ido es con mis tías, que mis papás no lo acostumbran).
Como decía, el asunto es muy sencillo: la
festividad de muertos y el Halloween no tienen nada que ver, absolutamente
nada. Para empezar, están en meses diferentes.
Y para los católicos que argumentan que el
Halloween es una fiesta pagana, del diablo y no sé cuántas cosas más; yo
imagino que a los meros meros les debe de gustar: Jesús y su madre la Virgen,
van para todos lados disfrazados.
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