lunes, 3 de noviembre de 2014

y luego...




Un arma de dos filos los celos y la libertad, difícil que no te corten por alguno de sus lados. Difíciles de manejar, precisamente porque implican a dos, bueno, más las terceras personas, siempre inoportunas y siempre presentes. Si eres celoso tienes un problema, porque además de sufrir tú, dañas, a veces demasiado, a quien supuestamente amas. Hay grados de celos y tipos de celosos. Pero resulta que también tienes un problema si no eres celoso. En cierta ocasión escuché hablar a dos mujeres en un autobús, y una le decía a la otra que si su novio no la celaba, ni siquiera un poquito, o era que en realidad no la amaba o que la sentía tan pero tan segura, que no le encontraba utilidad a ponerse celoso: ésta es mía. Un hombre que te ama, por naturaleza se pone celoso, le seguía diciendo, no le gusta que estés con otro hombre. Bueno y entonces, me quedé pensando: si te pones celoso está mal, pero si no te pones celoso, también está mal. Puta. Está cabrón. Y creo que pasa eso mismo con la libertad. Si no le das libertad eres un hijo de la chingada: egoísta, inseguro, manipulador, represor, y no sé cuántas más cosas; lista que crecerá dependiendo de con cuántas amigas esté la reprimida en cuestión. De igual manera, si le ofreces toda la libertad posible, puede volar con otro; fijarse en otros ojos: ojos nuevos, una mirada nunca vista, una sonrisa además de novedosa deslumbrante; mucho más novedosa y deslumbrante, si tienes más de tres años viéndosela al mismo individuo, que además ya no sonríe como antes, como cuando las sonrisas de los dos eran, por encima de la novedad y el deslumbramiento: sonrisas deseosas de encontrar el amor, el verdadero amor.

Siendo así las cosas está complicado el asunto. Hubo una vez en que me perdí por completo en mis celos, pero más que sentirme enfermo de celos, mi furia era por ser ignorado. Quince llamadas sin obtener respuesta. Yo soy su novio, ¿por qué no me contesta? ¿Qué está haciendo? ¿Con quién está? Ni siquiera me acuerdo de qué cosas le dije, sólo sé que le gritaba, gritaba en vez de hablar, como para estar seguro de que ahora sí recibiría el mensaje. El incidente pasó. Más por compromiso que por otra cosa le pedí perdón, intentando explicar el por qué de mi conversión en monstruo; un monstruo que vive ahí dentro, agazapado, esperando salir. No sé qué haya pensado en realidad. Qué habrá pensado de mí. Lo que haya sido, no fue tan malo, porque seguimos juntos. Juntos y felices.

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