No sé en otros países, pero aquí en México
desde chicos nos enseñan a no llamar las cosas por su nombre. A temerle a las
palabras. A poner entre ellas y nosotros una pared, que se vuelve infranqueable
al paso de los años, cuando al ser adulto y querer hablar sobre algo, no
encuentras las palabras necesarias para decir lo que quieres decir, y te ves
rodeado de tabús hacia donde voltees. Tantas palabras nunca dichas, que ya no
sabes pronunciar sin ruborizarte, sin sentirte culpable por pronunciarlas.
No sé cuántos términos diferentes existen,
por ejemplo, para nombrar al sexo, a la relación sexual. Incluso en una reunión
entre puros adultos escuchas palabras como: aquellito,
el traca traca, el prau prau, echar pasión, echar pata, entre otros más que
ahora no recuerdo. Nos cuesta tanto trabajo decir: tener sexo, o hacer el amor,
en todo caso, que suena incluso más romántico.
Mi madre se ha sacado de no sé donde
palabras cagadísimas, que sólo nosotros usamos y conocemos su significado
familiar. De niños nos enseñó que nuestro pene, se llamaba “el pajarraco”
(quien sabe si inconsciente deseaba que fuéramos bien dotados, jajajajajaja), y
así lo aprendimos Daniel y yo. Para los demás compañeros del kínder era “el
pilín”, poca cosa frente a nuestros pajarracos. En una ocasión vino a jugar a
la casa un compañero de Daniel, mientras los tres merendábamos, comenzó entre
ellos dos una de esas guerras de ofensas graciosas: tú tienes cara de elefante, tú tienes cara de moco, ah si, pues tú
tienes ojos de sapo, hasta que Toño disparó nuestras sonoras y larguísimas
carcajadas, cuando esgrimió que mi hermano tenía nariz de pajarraco; obvio es que sin saber nuestro significado.
Otra de esas divertidas palabras es cuando nos pedía que recogiéramos “las
cagarrutas del perro”.
Creo que de los eufemismos más patéticos,
están los referentes a la pobreza. “Personas de escasos recursos”, “gente
humilde”: La gente pobre es pobre. Tal vez algunos sean humildes, pero también
habrá soberbios. Y el uso de un lenguaje supuestamente no ofensivo, no les
ayuda en lo más mínimo.
Nosotros
los indios decían muy normales mis amigos
Yulquila y Antolín, ante la mirada incrédula de otros, esos otros, supongo que
de los que ofenden a los demás llamándolos “indio”.
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