Soy una persona muy malhablada. Un grosero, vulgar, pelado; también son calificativos que me definen. Yo prefiero pensar que tengo un vocabulario amplio y criterio para expresarme. Como ya he mencionado por ahí, no creo en el concepto de malas palabras, que como dijera el genial Fontanarrosa, no sé qué habrán hecho para que se les calificara como “malas”.
Esto que ahora escribo, es precisamente
motivado por ese genial discurso del señor Fontanarrosa, en un posteo que nos
obsequió Gavrí Akhenazi; de modo que me dieron ganas de hablar al respecto, ya
que sé que soy un peladazo bien hecho.
Recuerdo a Maricruz Castro, hablándonos en
clase, de que no existían malas palabras, que éramos nosotros los que así las
calificábamos, y que quienes argumentaban, por ejemplo, que las mujeres se
escuchaban pésimas diciendo “groserías” estaban equivocados, ya que todos nos
escuchamos igual; son sus prejuicios quienes los hacen pensar que las mujeres
se escuchan mal. Al fin feminista mi querida profesora.
Mauricio Rodríguez nos platicó divertido,
de la ocasión en que en la escuela armaron una campaña contra las malas
palabras. Luis Palacios, nuestro querido director de carrera, tras escuchar
todos los argumentos de los interesados, les respondió un contundente: Yo opino que ni madres. El eslogan de la
campaña rezaba: ¿Con esa boquita dices
abuelita?, a lo que algunos compañeros, de Comunicación por supuesto,
tapándole el abuelita, corregían: ¿Con esa
boquita me das una mamadita?. Un fracaso de campaña.
Varias veces nos quisieron censurar “La
Alimaña”, el periódico mural que editaba en la carrera. Nunca se atrevieron a
hacerlo del todo, supongo que por no enfrentar los contundentes argumentos de
nuestros aguerridos profesores.
Pero a mí lo de ser un malhablado me viene
como desde los 13 o 14 años, cuando estudiaba la secundaria. Ya en la
preparatoria era conocido por mi folklórica forma de expresión, lo mismo con
compañeras que con compañeros. Cuando pienso al respecto, creo que vi las
“groserías” como algo que no era malo. En casa de mi abuelo paterno todos las
usaban adecuadamente, eran parte del vocabulario de mi padre y cuando la gente
se sentía en confianza las usaba sin preocupación. Me vino el recuerdo de creo
que la única ocasión en que no asistí a una clase de Mauricio Rodríguez, por un
asunto de faldas, como todos supondrán. Al encontrarlo al final de la clase
para preguntar sobre ella, me soltó franco: No
mames cabrón, te perdiste esta clase que estuvo bien chingona, ya ni la chingas
cabrón. Una agradablísima sorpresa.
Un viernes de chelas, había ido con mi
amigo Pachón a Metepec a echar las respectivas, al ser notificados de un evento
de Arquitectura, decidí hablar a mi casa para hacerles saber que llegaría muy
noche, al marcar, nadie contestó y entró la contestadora, al escuchar el
mensaje de la máquina, comenté para mí: Puta
madre, no contestan; que sin saberlo, se grabó en el aparato. A la mañana
siguiente mi madre me lo hizo notar, muy molesta. A mí me hizo mucha gracia que
se hubiera grabado aquello, pero ¿en verdad mi madre desconocía mi forma de
expresión?
Gil sabe como hablo, me ha escuchado desde
que era un bebé. Y no tengo ningún problema porque él aprenda las groserías y
las use, porque desde que era pequeño le dije que esas eran palabras de
adultos, usadas por adultos. Nunca le he dicho que sean Malas palabras.
Creo que un gran problema es que los
padres les dicen a sus hijos: Eso no se
dice, esas son groserías y no las digas, pero los niños los escuchan
usándolas por aquí y por allá, y entonces los niños piensan, pues no que eso no
se decía, mi padre es un mentiroso.
Pero bueno, ésta es sólo la opinión de un
malhablado cualquiera.
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