martes, 18 de noviembre de 2014

de las malas palabras




Soy una persona muy malhablada. Un grosero, vulgar, pelado; también son calificativos que me definen. Yo prefiero pensar que tengo un vocabulario amplio y criterio para expresarme. Como ya he mencionado por ahí, no creo en el concepto de malas palabras, que como dijera el genial Fontanarrosa, no sé qué habrán hecho para que se les calificara como “malas”.

Esto que ahora escribo, es precisamente motivado por ese genial discurso del señor Fontanarrosa, en un posteo que nos obsequió Gavrí Akhenazi; de modo que me dieron ganas de hablar al respecto, ya que sé que soy un peladazo bien hecho.

Recuerdo a Maricruz Castro, hablándonos en clase, de que no existían malas palabras, que éramos nosotros los que así las calificábamos, y que quienes argumentaban, por ejemplo, que las mujeres se escuchaban pésimas diciendo “groserías” estaban equivocados, ya que todos nos escuchamos igual; son sus prejuicios quienes los hacen pensar que las mujeres se escuchan mal. Al fin feminista mi querida profesora.

Mauricio Rodríguez nos platicó divertido, de la ocasión en que en la escuela armaron una campaña contra las malas palabras. Luis Palacios, nuestro querido director de carrera, tras escuchar todos los argumentos de los interesados, les respondió un contundente: Yo opino que ni madres. El eslogan de la campaña rezaba: ¿Con esa boquita dices abuelita?, a lo que algunos compañeros, de Comunicación por supuesto, tapándole el abuelita, corregían: ¿Con esa boquita me das una mamadita?. Un fracaso de campaña.

Varias veces nos quisieron censurar “La Alimaña”, el periódico mural que editaba en la carrera. Nunca se atrevieron a hacerlo del todo, supongo que por no enfrentar los contundentes argumentos de nuestros aguerridos profesores.

Pero a mí lo de ser un malhablado me viene como desde los 13 o 14 años, cuando estudiaba la secundaria. Ya en la preparatoria era conocido por mi folklórica forma de expresión, lo mismo con compañeras que con compañeros. Cuando pienso al respecto, creo que vi las “groserías” como algo que no era malo. En casa de mi abuelo paterno todos las usaban adecuadamente, eran parte del vocabulario de mi padre y cuando la gente se sentía en confianza las usaba sin preocupación. Me vino el recuerdo de creo que la única ocasión en que no asistí a una clase de Mauricio Rodríguez, por un asunto de faldas, como todos supondrán. Al encontrarlo al final de la clase para preguntar sobre ella, me soltó franco: No mames cabrón, te perdiste esta clase que estuvo bien chingona, ya ni la chingas cabrón. Una agradablísima sorpresa.

Un viernes de chelas, había ido con mi amigo Pachón a Metepec a echar las respectivas, al ser notificados de un evento de Arquitectura, decidí hablar a mi casa para hacerles saber que llegaría muy noche, al marcar, nadie contestó y entró la contestadora, al escuchar el mensaje de la máquina, comenté para mí: Puta madre, no contestan; que sin saberlo, se grabó en el aparato. A la mañana siguiente mi madre me lo hizo notar, muy molesta. A mí me hizo mucha gracia que se hubiera grabado aquello, pero ¿en verdad mi madre desconocía mi forma de expresión?

Gil sabe como hablo, me ha escuchado desde que era un bebé. Y no tengo ningún problema porque él aprenda las groserías y las use, porque desde que era pequeño le dije que esas eran palabras de adultos, usadas por adultos. Nunca le he dicho que sean Malas palabras.

Creo que un gran problema es que los padres les dicen a sus hijos: Eso no se dice, esas son groserías y no las digas, pero los niños los escuchan usándolas por aquí y por allá, y entonces los niños piensan, pues no que eso no se decía, mi padre es un mentiroso.

Pero bueno, ésta es sólo la opinión de un malhablado cualquiera.


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