sábado, 27 de octubre de 2018

Pasiones de octubre

El partido de ayer de la Serie Mundial duró más de siete horas. ¡Qué! Dirán todos con demasiada razón. Estuviste siete horas aplastado viendo un partido de aburridísimo beisbol. Sí, lo hice. Igual que otros millones de personas en el continente americano. Pero el partido no tuvo nada de aburrido. Fue fantástico. Lo malo es que la emoción me duró en el cuerpo más de lo deseado y aunque eran casi las 3 am me tardé más de media hora en poderme dormir.

Buehler lanzó siete entradas con sólo dos hits y sin bases por bolas pero Bradley Jr se la voló a Jansen y empató el partido. En la entrada 13 (con cuatro entradas extra) Bostón anotó luego de errores ridículos de Dodgers pero al cerrar la entrada Dodgers anotó de la misma manera. Y así hasta la estrada 18. Un homerun de Muncy y ahora sí, todos a dormir, o a irse a sus casas, porque el estadio seguía casi lleno.

Qué hacemos, es uno de los pequeños grandes placeres de mi vida. Pero este beisbol que se juega en estos días de calentamiento global es muy distinto del que veía con mi padre y mi hermano hace treinta años, cuando decidí apoyar a los Oakland Athletics.

Parece que ahora está prohibido tocar la pelota; ni siquiera si hay tres jugadores entre primera y segunda y nadie cubriendo la tercera base; no hablemos de querer avanzar al corredor sin outs.

La Sabermetría es la nueva religión del rey de los deportes. Hay ahora un montón de estadísticas nuevas que desconozco, formaciones especiales a la defensiva y ningún secreto para ningún jugador.

Pero hay más justicia. Los llamados de los ampayers están bajo escrutinio y las malas decisiones se cambian, excepto en el conteo de bolas y strikes, donde se sigue dependiendo de la a veces miope y desigual evaluación de los árbitros. Los pitchers sólo reclaman cuando les conviene, nunca he visto que protesten por un strike a 15 centímetros del home.

Con todo, sigue siendo el rey. Y lo será por muchos años.


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