viernes, 23 de noviembre de 2018

esos Locos bajitos



A menudo los hijos se nos parecen y así nos dan la primera satisfacción... Y la verdad es que es realmente satisfactorio que todo el mundo diga que tu hijo se parece a ti; pura vanidad, qué hacemos. Independientemente de que así te evitas un poco esas bromas de mal gusto sobre el verdadero padre del chamaco, y en tu familia están infinitamente satisfechos de que la creatura se parezca a esta parte de la familia y no a aquella.

Le comentaba a Gil hace no mucho, que su herencia es debida a la genética paterna, aunque pudiera ser por aquello de que lo malo es lo que más fácil se reproduce y no porque esos genes machotes sean más fuertes o tramposos, si es que ese fuera el caso. Tanto su madre como yo nos parecemos a nuestros padres, y él, siguiendo esa pequeña tradición también se parece a mí. Aunque decir que se parece es poco, le escuché alguna vez a su madre decir con bastante más pesar que gracia, que ese niño era un clon mío. Ya qué: genes malos, genes fuertes.

Y como también dice aquel otro amigo en otra canción menos conocida: heredamos complejos, iglesia y equipo de futbol, y de futbol americano también, y eso es lindo porque nos podemos juntar a vitorear o sufrir con nuestros Washington Redskins o nuestros Diablos del Toluca. Entonces se podrán imaginar que el ya no tan pequeño Gil es fan de Juan Gabriel, José José y Ricardo Arjona, y un pequeño ateo demasiado devoto para su edad; y un ateo real en realidad porque no está bautizado.

Y bueno, me encanta esta canción por razones más que obvias, pero porque también es muy clara en que hay tantas maneras para joderle la vida a un inocente niño, como con nuestros –tan arraigados– rencores y frustraciones; y muchas otras cosas más.

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