sábado, 17 de agosto de 2019

Todos los días son nuestros



El tiempo y el desgaste. Los esfuerzos fallidos por encontrarnos pensando lo mismo. Las ganas de ser lo que no éramos para volvernos el ideal del otro. Al principio –cuando el puro amor– decíamos que habíamos tenido suerte de conocernos tan chicos porque nos conocíamos de verdad, nos sabíamos las mañas de antes de que tuviéramos el vicio de fingirnos para quedar bien. Pero no es cierto, porque al mismo tiempo éramos tan niños que no habíamos terminado de formarnos. Nos hicimos del roce con el otro. Hoy me veo y no sé qué de mí es mío y qué es de él.*

¿Cuánto cedemos para complacer al otro? ¿Cuánto de nosotros mutamos o al menos disfrazamos lo más convincentemente posible para ser del completo agrado de nuestro significant other*? ¿Cuánto estamos dispuestos a perder en ese afán de perro faldero?

Difícil responder. Complicado saber a ciencia cierta qué tanto de nuestro comportamiento está obedeciendo esa manía de que la otra persona nos vea como su ideal y no desee jamás estar sin nosotros. 

Y a veces necesitas alejarte demasiado (un divorcio de distancia) para poder ver todo lo que de ti estabas sometiendo en pos de ese afán estúpido, de ese hábito abrazado como al peluche de la infancia. Dice aquella triste canción (triste por real): yo que te di todos mis sueños, y para mí nada soñé. Yo que creí tenerlo todo... Y cada uno habla como le va en la feria pero no todos pueden mirarse sin parpadear frente al espejo.


*De Todos los días son nuestros de Catalina Aguilar Mastretta.

*Ya he dicho alguna vez cómo me gusta esta expresión anglosajona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario