“Pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de los Estados
Unidos”. Porfirio Díaz.
No estoy orgulloso de ser mexicano. Ante el evidente reclamo,
le mencionaba a mis estudiantes, que es como cuando una madre tiene un hijo
delincuente: lo sigue amando - quizá nunca deje de hacerlo -, a pesar de saber
las cosas que ha hecho, pero no puede estar orgullosa de su hijo. Mas bien
siente vergüenza, se siente avergonzada como madre.
De hecho, he de decir también, que no creo que en este país
se entienda muy bien lo que el “honor” representa. Aquí el deshonor se tapa con
nada. En otros contextos, a causa de deshonor una persona termina con su vida,
no puede soportar la deshonra, la vergüenza; el haber dejado de ser una persona
honorable. Aquí no pasa nada, aquí un político corrupto alega que es parte de
un complot o de una socorridísima cortina de humo. Y nada pasa. En la siguiente
administración tiene otro hueso para
seguir mamando del presupuesto. Aquí mas bien un hombre siente mancillado su
honor si su hija queda embarazada, sin estar casada. Y aún hay quienes las
obligan a casarse con el desdichado/suertudo. ¡Ha manchado el honor de la
familia! Qué infame mujer.
Existe en este país olvidado de dios, una doble moral
escandalosa.
Se habla de los “hermanos latinoamericanos”, únicamente
cuando es alguien nacido en otra parte de América quien tiene un logro
importante. Juan Martín del Potro, Miguel Cabrera o Jefferson Pérez son
orgullos latinoamericanos. Nos alegramos de sus triunfos, nos los apropiamos, porque
son “nuestros hermanos”. Pero también llega el momento de alardear que los
mexicanos “somos más chingones”, y al menos yo no recuerdo que al hablar de
Lorena Ochoa o de Ana Guevara se hablara de orgullos latinoamericanos, son
orgullos nacionales, nada más. Pusieron muy en alto el nombre de México (no sé
si aleccionan a los atletas y artistas para decir esta frase gastadísima).
Nuestra mirada es como en el mapa. Miramos hacia arriba, con
una veneración casi celestial a los Estados Unidos, y hacia abajo, con desprecio
y prepotencia a centroamericanos. Nos lamentamos por el trato injusto e
inhumano hacia nuestros paisanos en Estados Unidos, que no parece ser tan malo,
cuando vemos lo que en este país padecen centroamericanos, que también quieren
vivir el sueño americano; pero eso no nos parece tan feo, tan inhumano.
Así, nos agrandamos o nos achicamos, dependiendo del nivel
del rival. Hablando de futbol, de que otra cosa hablaríamos hoy día, intentamos
jugarle “de tú a tú” a las potencias europeas o sudamericanas, mientras que no
deberíamos tener ningún problema para ganarle a “equipos de calidad inferior y
con muchas carencias técnicas”, de la Concacaf (oh sorpresa, este equipo
inflado y pretensioso, mamón a más no poder, no puede ganarle a esos supuestos
equipos inferiores en todas las líneas). Mamones los jugadores, mamones los
comentaristas, mamones los directivos, mamones los aficionados.
Existe un cuento extraordinario, una historia contada más de
mil veces, un mito, que dice que en algún momento, en algún lugar, hubo un
concurso de himnos nacionales, donde el nuestro, el mexicano, quedó en segundo
lugar. Sólo por debajo de la Marsellesa. Nuestro himno nacional, con todo y el
buen “masiosare”, es bellísimo y el mundo lo reconoció (obviamente sólo nos
ganaron los franceses). Yo escuché ese magnífico cuento desde el kínder.
Otra idea que escuchas desde que eres muy pequeño es que “Cómo
México no hay dos”. O que “los mexicanos somos súper ingeniosos, creativos,
etc”: La raza de cobre, elegida por dios, como un pueblo sufrido pero
maravilloso, de nobles hombres y bellezas naturales maravillosas, envidia de
todo el mundo.
En cierta plática de sobremesa se escuchaba la unánime queja
sobre la visión que en el mundo se tenía en estos momentos sobre México. Un
país violento e inseguro, lleno de drogas y narcotraficantes. Fama injusta e
intolerable, producto de la Ignorancia. Yo pregunté: “Pero no es el mismo
pensamiento que teníamos sobre Colombia hace algunos años”. Escuchabas Colombia
y decías: droga, droga y más droga. Lo único es que la Ignorancia siempre es
ajena, nunca propia. La verdad está con nosotros, no con ellos:
“El interés común suele verse como
intachable, aunque sea un egoísmo colectivo. El narcisismo de la identidad no
suele verse como narcisismo, excepto por los extraños que visitan a la familia,
sociedad, empresa, institución, nación, que se cree maravillosa. Nuestras
maravillas son la mismísima realidad. Nuestros intereses son la suprema
realización de cada uno y de todos los demás”[1].
La cosa es que soy como esa madre avergonzada. Y no puedo
evitar que mi ojo izquierdo se llene de lágrimas cada que escucho con atención
“Hoy hace un buen día”.
Un tema muy duro. Todos tenemos algo que despreciar de nuestros entornos. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti Jessica. Un abrazo fuerte.
EliminarEfectivamente México es doble moral, e igual de horrorosa que la doble moral es la memoria a corto plazo que tenemos los mexicanos, sino todos, la mayoría.
ResponderEliminarEn efecto, en una gran mayoría. Gracias por leer y comentar. Saludos.
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