El miércoles 3 de octubre mi hijo jugó su primer partido de
futbol, con el equipo del lugar donde ha comenzado a entrenar. Ahí estaba yo,
dispuesto a apoyarlo, a estar con él. El juego empezó, y al ver a mi pequeño, me
vinieron pensamientos, recuerdos, dejavús.
Dice Joan Manuel Serrat, en los “Locos bajitos”: A menudo los hijos se nos parecen, y así nos
dan la primera satisfacción; esos que se menean con nuestros gestos, echando
mano a cuanto hay a su alrededor. Mi hijo se parece a mí en muchísimos
sentidos. Su mamá dice que es un clon mío, lo cuál no es culpa mía, que fue
ella la que lo preparó en su panza, y si él quedó con casi todo mi material
genético, así es la vida. Qué le vamos a hacer.
Veo a mi hijo y me veo a mí. Puedo ver ese temor en su mirada.
Esa inseguridad tan grande de pensar que tal vez no eres capaz de hacer bien tu
trabajo en el campo. Verlo con ese temor es recordarme igual. Recordar por
ejemplo el torneo estatal de beisbol de 1992. Yo era el primer bat del equipo,
un bat seguro y rápido. Todavía puedo recordar mi primer turno al bat en ese
torneo, al que nos llevó mi madre en el Tsuru acompañados por don Rigo, nuestro
entrenador. Paralizado por el miedo, sintiendo mil cosas dentro de mí, no
siendo capaz de hacerle swing a la pelota. Ese primer partido lo perdimos y yo
me ponché dos veces. El pánico escénico apoderado de todo mi ser. Ese mismo día
jugamos otro partido, al día siguiente otros dos y a la semana siguiente dos
más. Después de esos desastrosos primeros turnos, me embasé en todas las
oportunidades restantes: bateando muchos hits, tomando algunas bases por bolas,
anotando muchas carreras; lanzando en el único juego que nuestro equipo ganó.
No sé que tanto sea bueno o malo que Gil se parezca tanto a
mí. Yo que me conozco bien, sé que no es demasiado bueno, sé bien sobre todos
mis defectos. Aunque tampoco es tan malo. Pero existe una gran diferencia entre
él y yo: teniendo una idea de lo que siente, puedo apoyarlo mejor, sin
imponerle cosas estúpidas, respetando su ser, su persona. Puedo ser de verdad
empático y un mejor padre.
Termino con el recuerdo beisbolero.
Nos teníamos uno al otro mi hermano y yo. Nos íbamos juntos
en nuestras bicicletas: a entrenar martes y jueves, a jugar los sábados. Mis
padres casi nunca fueron con nosotros a los partidos, como hacían otros padres.
De hecho, de niños sólo recuerdo una vez en que hayan ido a vernos jugar. La
imponente y extraña (extraña en nuestro campo de juego) imagen de mi padre me
pusieron demasiado nervioso. De forma que aquel torneo estatal le permitió a mi
mamá vernos en acción: 6 partidos en 3 días. Aunque no entendiera absolutamente
nada sobre beisbol, y no supiera por ejemplo cuando aplaudir, nos apoyó con el
transporte y con su tiempo. No sé si fue consciente de lo buen jugador que yo era.
"Veo a mi hijo y me veo a mí"- muy bonito.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias Jessica. Un abrazo.
Eliminar