Cuando era un niño de 7 años todos mis compañeros de clase
veían Chespirito. Así que el día
martes todos hablaban de las hazañas y desventuras del Chapulín Colorado, el Chómpiras
y la Chimoltrufia, el doctor Chapatín, los Chifladitos y el Chavo del 8.
Yo no podía participar en las pláticas, ya que mi madre no nos permitía ver a Chespirito. Decía, repitiendo las
palabras de un tío suyo, que ver a Chespirito
era para idiotas, para niños idiotas.
Entonces, mi escuela estaba llena de niños idiotas. Pero a mí
no me lo parecía. Más bien, yo era el único aburrido que no sabía qué era una
pastilla de Chiquitolina, ni para qué
servía; o qué carajos era la Chiripiorca.
Aun así podía interpretar todo el lenguaje existente a partir de ese mentado
programa. Que si te golpee fue sin querer
queriendo, o ya ves que yo como digo
una cosa digo otra, pus para que te
digo que no si sí, tengo o no tengo razón.
Un año después, los días lunes, me apuraba a merendar para
subir al cuarto donde estaba la televisión. Prenderla, y poner el volumen lo
más bajo posible, y así disfrutar clandestinamente de ese programa para
idiotas, que me resultaba tan divertido de ver. Ni a mis hermanos se los
comenté nunca, no fuera a ser que me acusaran con mi madre. Si alguno subía,
apagaba el televisor.
Fue hasta que tenía como 20 años, que conocí a Don Ramón y
Quico, quizá mis dos personajes preferidos. No sé cómo, ni por qué, pero hubo
un boom del Chavo del 8 en esos días. Comenzaron a transmitir los episodios de
hacía 30 años, y fue un trancazo. Los transmitían hasta 5 horas diarias, con
los mejores niveles de audiencia. Todos estábamos viendo al Chavo y al Chapulín.
Muchos más, los descubríamos por vez primera.
Es un programa que puedo ver y ver y ver, sin aburrirme, sin
cansarme, aun sabiendo que ya me sé los chistes. Me siguen haciendo reír. Y
será que en efecto soy un idiota, pero me parece un programa genial. La
genialidad en la simpleza. La genialidad del “pequeño Shakespeare”. Y hace poco
vi un episodio que no había visto jamás.
Y lo valoré más al darme cuenta, que a diferencia de todos
los comediantes actuales, Chespirito nunca
usó un doble sentido vulgar, nunca un albur, una referencia escatológica. Adoro
esas secuencias hilarantes en “la escuelita”, cuando el profesor Jirafales libra esa infinita batalla
intentando educar a esos malcriados.
Por otro lado, me da gusto que hayan homenajeado, ya varias
veces por cierto, al señor Chespirito, yo creo que se lo merece, por los
millones de risas de las que es responsable.
Así es que somos muchas generaciones de idiotas, que nos
divertimos y lo seguiremos haciendo, porque no parece tener caducidad. Lo veo
con Gil cuando lo encontramos en la programación de la tele, y los dos reímos,
no como idiotas, más bien como niños.
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