Siempre los parasiempres son fugaces
sin importar si brilla su envoltura,
con ellos conjuramos antifaces
bálsamo dulce contra la amargura.
Porque al querer hay que tejer disfraces,
el seductor tapar su calentura,
mostrar la solitaria buenas fases:
dos marionetas de caricatura.
Hacer promesas siempre fue sencillo:
bajar la luna sólo con dos versos
hornear promesas llenas de cinismo,
para armar templos cual torpe chiquillo,
niño desnudo frente a los reversos,
con su sonrisa hueca de optimismo.
Nuestros parasiempre son fugaces porque nosotros lo somos. No podemos prometer eternidad porque tampoco llegaremos a conocerla, pero para mí hay dos tipos (al menos) de promesas: las que se hacen con intención de cumplirlas y las que se hacen con intención de engañar. Quiero de las primeras, aunque no se cumplan. Cuanto menos nos queda el bello recuerdo del momento en que se hicieron.
ResponderEliminarUn abrazo grande
Lo has dicho todo.
EliminarEl poema tiene ya unos meses pero por alguna razón no lo había subido al blog. Y en él quise hablar precisamente de esos segundos parasiempres, de los de quedar bien, de los fomentados por la soledad.
Te abrazo amiga.
Hermoso y cierto poema, Gildo. Creo que hice muy pocas promesas en mi vida y ninguna hace ya mucho tiempo. Tampoco me gusta que me las hagan. El para qué de las promesas lo explicás estupendamente en tus versos.
ResponderEliminarUn abrazo y beeesos, querido amigo.
Me gustó mucho. Tiene ya unos meses. Había escrito en los tercetos unos mexicanismos que Gavrí me sugirió cambiar. Y sí quedó mejor, y más universal.
EliminarTe abrazo fuerte. Beeeeesos.