La primera parte es esta.
Hay una línea que me gusta mucho en "Encantada", bueno, debo confesar que me gusta mucho toda esa película, en la que la niña le dice a la princesa Giselle que los hombres solamente quieren una cosa, cuando la princesa, completamente intrigada, pregunta qué es, la niña le responde: siempre pregunto pero nadie me dice.
Y sí, la respuesta es sexo. O al menos esa es la idea entendida por todos los rincones: los hombres siempre queremos sexo y siempre pensamos en tener sexo. No creo que sea exactamente así pero mucho hay de eso.
La cosa es, que si estás ante la probabilidad de encamarte con alguien harás todo lo posible por conseguirlo, todo. Y mientras la susodicha no te muestre su repudio descarado, tienes probabilidades. Aunque, este es un peligroso juego de dos filos, en el que puedes ya estar relamiéndote los bigotes ante lo que parece inminente y, en el último momento, recibir una negativa que te pega de lleno en los huevos. Pocas veces encuentro una metáfora más acertada, todo hay que decirlo.
Y todo este preludio, que ha salido no sé de dónde, para continuar con lo que había relatado anteriormente.
Debí intuir que todo sería un desastre desde que tuve que esperarla casi veinte minutos. No entiendo cómo fue capaz de tal descortesía si claro le dije que la película comenzaba a las 6:40. Pero, a pesar de mi mal genio logré esbozar una sonrisa bien disfrazada cuando le respondí no te preocupes, después de escuchar su terrible pretexto. Tenía bien fijo en la cabeza que todo tendría que salir bien si quería obtener mi recompensa al final de la velada: no lo eches a perder cabrón.
De la manera más amable posible, la hice recorrer lo más rápido que sus tacones le permitían el trayecto de donde dejamos el coche –mucho más lejos de lo que me habría gustado– hasta la taquilla del cine. Que, como cualquiera podría imaginar, lucía una rebosante fila. Tomé la iniciativa sobre lo que veríamos sugiriendo el nuevo filme de P. T. Anderson, diciéndole que había leído que estaba muy bueno. Ella, tras un gesto en exceso desaprobatorio, dijo que si mejor veíamos la nueva de Adam Sandler. A lo que con toda lógica accedí, a la reina lo que pida. Pero eso, más la fila que era más lenta que peregrinación de tortugas, me hacían más difícil esconder lo que mi cara moría por evidenciar, lo que intenté evitar mirándola con cierto descaro: qué bien se veía, jeans ajustados y una cierta blusa escotada que escondía su pancita a la vez que hacía sonreír a sus pechos (aunque siempre me ha gustado juguetear con una pancita femenina, me complace más que un abdomen plano) y luego esa linda sonrisa, ahora algo sonrojada tras sentir mi nada tímida mirada sobre toda ella. Con esas vitaminas recién ingeridas pude obsequiarle una agradablísima sonrisa a la vez que un piropo coqueto: qué hermosa eres.
Adam Sandler hizo algunas buenas películas, buenas para el género en que se mueve, además de aquella "Embriagado de amor", de P T Anderson y "La esperanza vive en mí", que están fuera de rango. Pero con los años su cine es cada vez más, digamos, repulsivo. Qué tan mala fue la película que ni la compañía de esta joven y bella mujer le quitaron lo desagradable que fue soportarla.
Del cine a unas hamburguesas cerca de su casa, ahora en completa calma. Me preguntó si me había gustado la película, y sin pensarlo respondí que sí, que más o menos, a lo que ella repeló que no lo había parecido, ya que casi no me reí. Cómo voy a reírme de algo que no me parece gracioso. Sí estuvo chistosa, sólo que no soy de risa tan fácil, dije sin mucho convencimiento. Ella se sinceró diciendo que no le había gustado demasiado pero que la había hecho reír por lo boba que había resultado en ocasiones. Pero incluso nuestras risas no se sincronizaron: yo reí el chiste escatológico y ella las bromas bobas.
Se comió su hamburguesa como si yo no estuviera presente, con una compulsión casi no femenina. Me dio gusto verla comer así, sin complejos ni ruidos sobre comportamiento femenino o primeras impresiones. Me motivó a hacer lo mismo y aflojarme un poco el traje del quedabien absoluto, así que además de compartirle mi opinión sobre el reciente cine del señor de la cabeza de huevo, lamí la mezcla de catsup, mayonesa y mostaza que quedó en mis dedos, con un simple comentario en el que le compartí –sin pudor– lo placentero que me resulta hacer eso, a pesar de lo que piense quien me ve hacerlo.
Ella sonrió con una sonrisa nueva, algo mágica, no sé si con la vitalidad que le proveía un estómago satisfecho, pero me satisfizo mucho ver este maravilloso nuevo gesto. Parece que descansar nuestras caretas nos ha aligerado la expresión, a la vez que ha lubricado la charla, como una deliciosa cuba en un día caluroso. La plática fluye igual que las risas, carcajadas sinceras que parecen no tener fin, hasta que las frena la aparición del mesero que nos pide pagar lo que se debe ya que van a cerrar el local. Ha pasado más tiempo del que suponía.
Caminamos a su casa a petición suya, que sólo estaba a dos cuadras de las hamburguesas. Y aunque el trámite del pago interrumpió la hoguera de risas que teníamos, la conversación conservaba la fluidez que alcanzamos ahí sentados; todavía tenía brasas ardiendo. Llegamos a la puerta de su casa más rápido de lo que esperaba, con tantas cosas en mi cabeza que querían salir a intentar reverdecer su bellísima sonrisa, quizá buscando ver un matiz nuevo. Detenernos y mirarnos un momento sin mucha certeza de qué haríamos a continuación: seguir hablando, buscar un beso, abrazarnos, una cosa y luego la otra...
Quizá mi inesperada timidez asomada por mis ojos y lo largo del silencio en esa mirada compartida la hicieron romperlo y comenzar la evitada despedida. Ya me tengo que ir, qué bien me la pasé, hay que repetirlo, cuídate, vete con cuidado. Un beso cercano a mi boca y un lindo abrazo. Una hermosa sonrisa más antes de cerrar la puerta.
A riesgo de contradecir a los guionistas de "Encantada", en lo que menos pensaba en ese momento era en sexo.
De la manera más amable posible, la hice recorrer lo más rápido que sus tacones le permitían el trayecto de donde dejamos el coche –mucho más lejos de lo que me habría gustado– hasta la taquilla del cine. Que, como cualquiera podría imaginar, lucía una rebosante fila. Tomé la iniciativa sobre lo que veríamos sugiriendo el nuevo filme de P. T. Anderson, diciéndole que había leído que estaba muy bueno. Ella, tras un gesto en exceso desaprobatorio, dijo que si mejor veíamos la nueva de Adam Sandler. A lo que con toda lógica accedí, a la reina lo que pida. Pero eso, más la fila que era más lenta que peregrinación de tortugas, me hacían más difícil esconder lo que mi cara moría por evidenciar, lo que intenté evitar mirándola con cierto descaro: qué bien se veía, jeans ajustados y una cierta blusa escotada que escondía su pancita a la vez que hacía sonreír a sus pechos (aunque siempre me ha gustado juguetear con una pancita femenina, me complace más que un abdomen plano) y luego esa linda sonrisa, ahora algo sonrojada tras sentir mi nada tímida mirada sobre toda ella. Con esas vitaminas recién ingeridas pude obsequiarle una agradablísima sonrisa a la vez que un piropo coqueto: qué hermosa eres.
Adam Sandler hizo algunas buenas películas, buenas para el género en que se mueve, además de aquella "Embriagado de amor", de P T Anderson y "La esperanza vive en mí", que están fuera de rango. Pero con los años su cine es cada vez más, digamos, repulsivo. Qué tan mala fue la película que ni la compañía de esta joven y bella mujer le quitaron lo desagradable que fue soportarla.
Del cine a unas hamburguesas cerca de su casa, ahora en completa calma. Me preguntó si me había gustado la película, y sin pensarlo respondí que sí, que más o menos, a lo que ella repeló que no lo había parecido, ya que casi no me reí. Cómo voy a reírme de algo que no me parece gracioso. Sí estuvo chistosa, sólo que no soy de risa tan fácil, dije sin mucho convencimiento. Ella se sinceró diciendo que no le había gustado demasiado pero que la había hecho reír por lo boba que había resultado en ocasiones. Pero incluso nuestras risas no se sincronizaron: yo reí el chiste escatológico y ella las bromas bobas.
Se comió su hamburguesa como si yo no estuviera presente, con una compulsión casi no femenina. Me dio gusto verla comer así, sin complejos ni ruidos sobre comportamiento femenino o primeras impresiones. Me motivó a hacer lo mismo y aflojarme un poco el traje del quedabien absoluto, así que además de compartirle mi opinión sobre el reciente cine del señor de la cabeza de huevo, lamí la mezcla de catsup, mayonesa y mostaza que quedó en mis dedos, con un simple comentario en el que le compartí –sin pudor– lo placentero que me resulta hacer eso, a pesar de lo que piense quien me ve hacerlo.
Ella sonrió con una sonrisa nueva, algo mágica, no sé si con la vitalidad que le proveía un estómago satisfecho, pero me satisfizo mucho ver este maravilloso nuevo gesto. Parece que descansar nuestras caretas nos ha aligerado la expresión, a la vez que ha lubricado la charla, como una deliciosa cuba en un día caluroso. La plática fluye igual que las risas, carcajadas sinceras que parecen no tener fin, hasta que las frena la aparición del mesero que nos pide pagar lo que se debe ya que van a cerrar el local. Ha pasado más tiempo del que suponía.
Caminamos a su casa a petición suya, que sólo estaba a dos cuadras de las hamburguesas. Y aunque el trámite del pago interrumpió la hoguera de risas que teníamos, la conversación conservaba la fluidez que alcanzamos ahí sentados; todavía tenía brasas ardiendo. Llegamos a la puerta de su casa más rápido de lo que esperaba, con tantas cosas en mi cabeza que querían salir a intentar reverdecer su bellísima sonrisa, quizá buscando ver un matiz nuevo. Detenernos y mirarnos un momento sin mucha certeza de qué haríamos a continuación: seguir hablando, buscar un beso, abrazarnos, una cosa y luego la otra...
Quizá mi inesperada timidez asomada por mis ojos y lo largo del silencio en esa mirada compartida la hicieron romperlo y comenzar la evitada despedida. Ya me tengo que ir, qué bien me la pasé, hay que repetirlo, cuídate, vete con cuidado. Un beso cercano a mi boca y un lindo abrazo. Una hermosa sonrisa más antes de cerrar la puerta.
A riesgo de contradecir a los guionistas de "Encantada", en lo que menos pensaba en ese momento era en sexo.
Ahí es donde tienes evidencia de que está siendo abierta y auténtica contigo: si se devora la hamburguesa o lo que sea ahí frente a ti sin poses ni nada, sino como es y ya, eso habla de sinceridad. Tal vez no del todo y definitivamente no EN todo, pero sí en esencia en lo que a su interacción se refiere.
ResponderEliminarPues sí, eso es lo que quise decir al narrar esto, expresar esa sensación de bienestar que te permite mostrarte como eres ante otra persona.
EliminarUn abrazo Alexander.
Me ha encantado este relato o anécdota, puede que sea una mezcla de ambos :).
ResponderEliminarMuy de acuerdo con el comentarista de arriba: que se haya liberado de esos supuestos modales que deben mostrar las mujeres al comer indica, cuanto menos, que la chica tiene personalidad.
Por otro lado, creo que no hay un orden predeterminado (cena más sexo o viceversa) si entre dos personas hay una chispa que pueda llevar a algo más que una simple cita. Dejarse llevar, ser espontáneo, es lo mejor en estos casos.
Abrazos.
Es totalmente producto de mi imaginación. Creo que deberías leer la primera parte, que ya tiene sus añitos, sólo que hace unas semanas publiqué ese relato en facebook y varios me dijeron que esperaban que la historia continuara. Un buen día me decidí a escribirlo, y la verdad es que lo que se me ocurrió iba hacia otro lado, a partir de la llegada al local de hamburguesas, pero mi estado de enamoramiento actual me hizo darle ese giro romántico de todo lo que ocurre luego de salir del cine. La historia parte de la confusión por una coma, jajajaja.
EliminarTe abrazo Sofi.