miércoles, 12 de septiembre de 2018

de egos, escritores y otras cosas


Existe una idea muy difundida sobre el exorbitante ego de los escritores. Bueno, la verdad no sé qué tanto pero algo estará. Ya citaba alguna vez una línea de El ciudadano ilustre: para escribir sólo se necesita lápiz, papel y vanidad. Y si lo pienso, parece ser que sí hay una dosis de vanidad y ego para creer de alguna manera que lo que quieres decir no deba quedarse sólo en el papel sino exponerse de alguna manera a los demás, para bien o para mal. Aunque creo que esa es una actitud humana no exclusiva de escritores o creadores, el querer arañar aunque sea un poco de inmortalidad y trascendencia. Escribir tu nombre aunque sea en la arena.

Pero este deseo de permanencia, tan natural en nosotros, mezclado con un inmenso ego y una vanidad apabullante, de los que resulta la confianza de creer que todo lo que haces es genial (sin exagerar), más las porras de tu madre; han creado una realidad donde lo artístico se vuelve casi anecdótico. El chiste es subirse al pedestal que tú mismo te has puesto con lo que tenías a mano. Porque ahora todos somos artistas dicen algunos, y escritores, claro, también. Pa todos hay.

Una tipa subió a facebook una fotografía suya, con rayones y distorciones hechos por su marido, alguien le preguntó que qué era eso, a lo que la tipa sentenció: es arte, y el arte no se explica sólo se siente. Estamos jodidos.

Es que aunque la vanidad y el ego estén presentes, no sólo en quienes escribimos sino en cualquier ser humano corriente y común, algunos podemos tener al menos cierto sentido de la prudencia, al sentido común alerta y una pizca de objetividad.

Pienso que en la relación entre el desbordado ego, la vanidad y la búsqueda implacable por la fama está íntimamente incluido el halo místico del escritor, porque aún en estos tiempos reguetoneros es mucho más prestigioso ser escritor que ser yutuber. Y bueno, para lo primero hay al menos que escribir, no bien, ni mucho menos, como ya se ve; para lo segundo sólo hay que animarse a decir estupideces frente a una cámara. Y voilà, los egos crecen.

La vanidad de los escritores.


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